Capítulo 3: Renuncio

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Damián 

—¡No puedes hacer esto! —me grito mi padre—. ¡Todos los meses recibo el mismo informe de contabilidad de que lo volviste hacer!

Literalmente, tenía completamente la razón. Mes tras mes teníamos la misma discusión, el me gritaba y yo me queda quieto recibiendo los insultos, no me interesaban en lo más mínimo, volvería a hacer lo mismo cada vez, e incluso si pudiera, lo haría mucho más seguido.

—¿Crees que esas personas no tienen derecho a recibir su tratamiento médico? —rebatí por primera vez, me había graduado hace dos años de medicina, tal como mi padre lo había dicho y trabajaba desde entonces en su clínica privada, la cual consta con los mejores doctores de Madrid, pero también los más costosos—. Estudie para salvar personas, no para quitarles su dinero.

—¿Es que acaso no entiendes que podría ir fácilmente a un centro público?

Sabía que también tenía mucha razón en ello. La salud en España era completamente gratis e universal, los medicamentos y tratamientos igual, pero entendía que en casos graves las personas decidieran buscar a uno de los mejores profesionales para tratarse, quienes no lo hacían probono, a diferencia de mí, pero no soy el mejor médico ni cercano a eso.

Siempre he creído que cuando las personas dejemos de ayudarnos entre nosotras, en ese momento se habrá perdido la humanidad y el sentido de la vida. Así que di un paso hacia atrás, y tomé una decisión.

—No tendrás que preocuparte más por eso —le dije a mi padre mientras cerraba mi maletín y tomaba el abrigo del colgador—. Renuncio.

—¡¿Cómo que renuncias mocoso mal agradecido?!

No oí nada más, selle mis oídos ante los insultos y camine directamente al ascensor, el ascensor hacia mi libertad. Al salir, sentí la lluvia golpeándome en la cabeza, nunca me había detenido a disfrutar de un día lluvioso, pero ahora sin la presión de mi padre, dejé que me empapara por completo. Cuando el sol vuelva a brillar, tendré un nuevo trabajo y por fin, seré yo mismo.

Para llegar a mi departamento en el centro, debía tomar el metro subterráneo. La gente me miraba como el ser más extraño del universo, no les hice caso, me sentía bien así. Mi mirada, sin embargo, viajo a un punto en la estación, una chica con una maleta, una jaula y un minúsculo vestido veraniego que se frotaba fuertemente los brazos para entrar en calor. No debía de ser de por aquí, sino no andaría como si fuera un día de playa. Su pelo era del rojizo más intenso que el mismo fuego, y su piel más blanca que la misma porcelana, era bellísima.

Todo paso muy rápido.

De un momento a otro, alguien la empujo y tropezó a punto de caer a las vías del tren.

Agradecí tener una gran capacidad de reacción, y sin pensarlo demasiado ya la sostenía en mis brazos. Se veía asustada tan pequeña y frágil que quise envolverla por siempre. Pero debía dejarla respirar.

—Pudo ser algo horrible ¿no crees? —pregunté cerciorándome de que estuviera bien. No respondió—. ¿Todo bien? ¿No hablas español?

Sus intensos ojos marrones se posaban en los míos, y por alguna razón estaba demasiado nervioso.

—Lo siento, he quedado perpleja —emitió una leve risa acompañada de una sonrisa—. Casi muero en mi primer día de turista.

—Turista ¿eh? Eso explica mucho.

—Lo único que quiero es llegar a mi hotel y tomar un baño caliente —comenzó a levantar sus cosas, incluido un pequeño gato—. Gracias por salvarme, nunca lo olvidaré. Ahí viene el tren, no te quito más tiempo. De nuevo muchas gracias.

—No hay de qué.

Subimos en conjunto al metro tren, no necesito ayuda para sus cosas, se notaba de lejos que era de esas chicas que quería hacer todo por sí sola o creería que sería un completo fracaso. Así que simplemente, me quedé en una esquina pretendiendo mirar mi teléfono cuando en realidad la veía a ella, además pude deducir que no tenía ni la remota idea de donde se encontraba.

Bajo dos estaciones más allá, he hice lo más sensato que podría hacer alguien que recién renunciaba a su trabajo, la seguí. Hasta que llego a un hotel, que no me daba nada de buena pinta, se caía a pedazos y alrededor había muchos bares, lo que derivaba en personas ebrias.

—¿Vas a quedarte aquí? —pregunte arriesgando a verme con un acosador—. No creo que sea el mejor lugar para alguien como tú.

—¿Alguien como yo?

—Una turista, claro.

—¿Me estas siguiendo?

—Podría darte una y mil excusas de que no era lo que hacía, podría decirte que iba justo a ese bar a ver a unos amigos, pero prefiero ser sincero, te seguí porque estás perdida y pensé que podía ser peligroso para alguien tan...extranjera —evitar sonrojarme no funciono de nada—. Solo quería ver que estuvieras bien, soy médico y cuido a las personas. Soy Damián.

—Christy, y verás Damián, no es que tenga demasiadas opciones, y esto es lo más barato que puedo conseguir hasta que encuentre algún trabajo o decida irme.

¿Trabajo? Es decir, que no era del todo una turista.

—Tengo una habitación extra en mi departamento.

No puedo creer que dijera eso realmente. Ahora sí, era un acosador. 

Cuando el sol brille de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora