Siguió caminando por mucho tiempo más, dibujaba todo lo que veía nuevamente y se detenía solo si era necesario.
De pronto un pueblo de la nada apareció, al parecer el único a su alrededor y el primero que él había visto en su vida. El siempre peso que el era el único en la tierra así que no se tomaba el tiempo de salir. Al entrar al pueblo se dio cuenta que nadie le dio una bienvenida, parecía estar totalmente desolado, ni voces, gritos o algo que para el significará una forma de vida aparte de él. Exploró el lugar y encontró a una anciana, el se acercó a ella y le pregunto por qué no había nadie y ella le respondió que se habían ido por falta de esperanza. –¿Esperanza? – dijo el hombre –si así es. El pueblo vivía de la esperanza con ella podían creer en que la temporada daría buenas cosechas y que si sembraban de nuevo ocurriría lo mismo.
Pero un día eso cambio. Los días pasaban y las semillas jamás dieron frutos, las personas se iban, de una en una, luego las parejas y después las familias y hasta el último los ancianos y solo quede yo. –¿Por qué se quedó? – pregunto el hombre. Yo soy la última que cree que está semilla crecerá y dará frutos otra vez.
El hombre no sabía que decirle, era solo una semilla que guardaba en una maceta con tierra que estaba casi infértil era imposible saber sin crecería algo en esa maceta, así que, el hombre dijo: –¡Yo me haré cargo de esa semilla! – la mujer lo miro y vio en sus ojos lo que ella tanto esperaba. Un rato de esperanza, así la anciana le dio la maceta le dijo cómo debía cuidarla a cambio, el hombre le dio la última porción de comida que le quedaba y le dijo: – si usted cree que está semilla dará frutos entonces me la llevaré hacia donde se oculta el sol, donde crecerá y así no tendré que preocuparme por conseguir alimento jamás – y así emprendió el viaje hacía su encomienda con la esperanza que conseguirían el alimento más abundante…