Ataque

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Hacía casi dos semanas que Sara y Franco apenas se cruzaban en su propia casa.

Franco estaba tapado de trabajo, dado que había decidido vender la cadena de supermercados para poder enfocarse en negocios mas vinculados a la hacienda y los caballos. Todo el papelerío, las gestiones y la burocracia involucrados en el proceso lo tenían ocupadísimo y se llevaban buena parte de su atención. Salía temprano por la mañana a la oficina, llevaba a los niños al colegio y volvía tarde a casa, a veces justo a tiempo para la cena. Aún así, se le iban varias horas de la noche en su estudio, terminando de organizar las demás cuestiones que requerían de su directa intervención.

En esas semanas, además, había  dos competencias internacionales a las que Sara iba a mandar unos ejemplares y un encuentro más a nivel local, pero de mucha relevancia, que requería su presencia, al menos en la planificación. Si bien Gonzalo le colaboraba en todo lo que podía y había podido hacer algunas gestiones en conjunto con Juan y su madre, Sara empezaba temprano en los potreros, luego buscaba a los niños en el colegio, los llevaba a sus actividades extracurriculares y de ahi a la casa, donde le quedaban resolver cuestiones logisticas que iban surgiendo. Para cuando llegaba la noche y se encontraban en la cama, ambos estaban agotados y lo único que querían era dormir.

Sara estaba harta.

Esa noche, despues de cenar, Franco se encerró en el estudio por una teleconferencia. Sara arropó a los niños en sus camas y los acompañó hasta que se durmieron. Ayudó a Irene a dejar la casa ordenada para la noche y se quedó de pie en el living, sin saber muy bien qué hacer. Pensó en mirar algo en la tele, pero la aburria bastante. Estaba inquieta y no quería dormirse aún. La voz de Franco se filtró desde el estudio y Sara se acercó a la puerta. Abrió una hendija y lo espió.

Estaba hablando por telefono mientras caminaba por el estudio, como solía hacer. Todavía tenia puesta la ropa de oficina, con la camisa un poco arrugada y un par de botones desabrochados. Había dejado el saco en el respaldo de la silla y eso hacía lucir mejor el calce del pantalón. Sara se mordió el labio. Su marido era un hombre guapísimo y los años sólo lo habian mejorado.

Ellos habían tenido sus altibajos como cualquier pareja de muchos años, pero Franco nunca había dejado de gustarle ni un poco. De hecho, a medida que pasaban los años, Franco le resultaba cada vez mas atractivo. Observó que la conversación lo estaba frustrando: se revolvió el pelo y se descalzó mientras escuchaba algo que no debía gustarle mucho. Mientras respondía en tono firme, sujetó el teléfono entre la oreja y el hombro para desabrocharse el cinturón. La tira de cuero se soltó de los pasadores en un movimiento fluido y Sara tomó una decisión.

Entró al estudio y Franco le preguntó "¿Te estoy molestando?" en silencio, a lo que Sara respondió que no, sacudiendo la cabeza. Se acercó al escritorio, apretó la tecla de manos libres en la base y procedió a sacarle el teléfono de las manos. Franco frunció el entrecejo y Sara se llevó el dedo índice a los labios. Lo tomó por los hombros y lo sentó en la silla de escritorio.
Aún en silencio, pero con la mirada clavada en sus ojos, Sara se arrodilló frente a él y le desabrochó el pantalón.

El instante en el que Franco entendió lo que estaba pasando, sus ojos se abrieron de par en par y se le dilataron las pupilas. Sara le sonrió de costado y asintió, mordiendose el labio. Por un segundo, Franco se preguntó si deberia detenerla, porque escuchaba de fondo las voces de los empresarios con los que seguía en conferencia, pero cuando miró hacia abajo y se encontró con la mirada encendida de su mujer, tiró la precaución por la borda y se dejó ir.

Cuando Sara metió su mano dentro del pantalón, su miembro todavía no estaba del todo rigido. Sonrió, taimada, pensando cuánto le gustaba el desafío. Lo lamió de arriba a abajo y se lo metió en la boca, succionando con suavidad. Lo sintió ponerse duro y lo soltó.

Franco tenía sus ojos clavados en ella y agarraba con fuerza los apoyabrazos de cuero. Ella lo tomó y se lo acercó a los labios, jugando. Alternaba besos y lametones, pero no había vuelto a engullirlo y él sintió que empezaba a desesperarse. Tenía los nudillos blancos de tanto apretar y se mordía el labio para mantenerse en silencio.

Sarita levantó una ceja, desafiante y él llevó una mano a su cabeza, impaciente. Con una lentitud pasmosa lo rodeó con sus labios y lo fue dejando entrar. Él dejó escapar un siseo y ella lo soltó de nuevo, haciéndole gesto de silencio con la mano que tenía libre. Le sonrió con malicia y se metió su miembro en la boca, hasta el fondo, de golpe y sin aviso. A Franco se le pusieron los ojos en blanco cuando sintió el calor húmedo envolverlo con una suave presión y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gemir, desesperado. Ella tomó su miembro desde la base y acompañó con su mano los movimientos que hacía hacias arriba y abajo que hacía con la boca.
Sentía a Franco agarrándole la nuca, mientras movía sus caderas involuntariamente, abandonado a la sensación y se acompasó con ese ritmo.

Lo conocía y sabía que estaba cerca, lo sabía por su respiración errática y la forma en la que su cuerpo se tensaba. Se detuvo un segundo y lo miró: estaba absolutamente entregado a ella, con los ojos fijos en su boca, concentrado en no hacer ningun ruido que delatara lo que estaba sucediendo.

Decidió apiadarse de él y no prolongar su agonía, por lo que aceleró los movimientos de su mano. Las caderas de él empujaban con fuerza y tenía una de sus maños enmarañadas en el pelo de ella, sujetando con fuerza. La sintió relajar la garganta, se hundió un poco mas adentro y esa simple acción fue la chispa que lo hizo estallar. El orgasmo lo recorrió como un correntazo y Sara se trago hasta la última gota.

En medio del estupor la vio ponerse de pie y relamerse, sonriendo. Franco le tendió la mano pero ella lo esquivó, se limpió la comisura de los labios con parsimonia y salió del estudio meneando las caderas.

Luego de que Franco tuviera que pedir que le repitieran lo que se había perdido de la teleconferencia, la reunión duró al menos tres cuartos de hora más. Cuando llegó a la habitación, Sara estaba profundamente dormida, hecha un ovillo de su lado de la cama.

Por un segundo se preguntó si despertarla devolviéndole el favor, pero se la veía tan relajada que decidió que lo mejor sería planear con calma el contraataque.

en sentido opuesto a las agujas del relojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora