Huesos

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Franco se dio vuelta hasta quedar boca arriba por enésima vez. Habían pasado unas semanas desde que su hermano y Norma lo habían sacado del infierno en el que habia vivido los últimos años y a Franco le estaba costando mucho adaptarse.
Las noches eran lo peor: la cama era demasiado cómoda y la quietud lo tenía en constante alerta. Durante el día, al menos, se mantenia ocupado con pequeñas actividades o jugando al ajedrez con el abuelo Martín, pero en las noches el insomnio se hacia presente y si lograba conciliar el sueño, aparecían las pesadillas.
Le insistían con que descansara para curar su cuerpo, pero el ocio hacía estragos en su mente. Sin embargo, la idea de volver a su casa y ver a su familia le producía una ansiedad descomunal. Cada mañana empezaba con el propósito de romper el hielo y acercarse, aunque fuera a escondidas para ver a alguno de sus hijos pero a medida que pasaban las horas, encontraba siempre una buena excusa para posponerlo y así se le iban los dias.

Debía ser de madrugada ya, porque por la puerta entreabierta se coló el sonido de la radio de Don Martín. En medio de la cacofonía, escuchó los acordes de una canción que conocía muy bien y a su corazón se le saltó un latido.

Sara sonriendo con los ojos achinados, su piel bronceada y sus pecas, su pelo sedoso desparramado en la almohada.

La musica lo envolvió con sus tentáculos e, implacable, se le clavó en un lugar del cerebro donde había enterrado concienzudamente los recuerdos de su felicidad.

Sara dormida sobre el hueco entre su hombro y su pecho, su piel perlada de sudor bajo el calor de la tarde caribeña y él inmóvil para no despertarla.

5 años atrás, por insistencia de sus hijos adolescentes, él y Sara se habian tomado unas merecidas vacaciones. Habían elegido un hotel pequeñito en el caribe colombiano y se habían tomado dos semanas en un mayo inusualmente caluroso. Sus hijos aprovecharían que su tia Jimena y su tio Oscar  tenían agendada una temporada en San Marcos para alternar entre su casa y la de Juan y Norma.
Los meses previos habian sido ajetreados, ya que al fin se habian decidido a vender la cadena de supermercados para que Franco pudiera abocarse a cuestiones relacionadas a la compra y venta de caballos en el exterior. Incluso estaba en tratativas con un posible socio que tenia negocios en Medio Oriente, aunque Sara no estaba de acuerdo. La temporada de concursos habia sido excelente para la Hacienda Meraki y a Sara nunca le había gustado la idea de meter gente que no fuera de la familia, cuando todo marchaba tan bien. Sin embargo, dejaron las diferencias en casa y decidieron tomarse un descanso para volver a conectar y disfrutarse.

Sara con un vestido floreado sin mangas que ondeaba en la suave brisa del atardecer, mientras el mar le lame los pies. La sensación de la arena deslizandose entre los dedos de sus pies mientras caminan, su brazo sobre los hombros de Sara y ella rodeandole la cintura. Su cuerpo sólido, su piel suave.

Habian elegido ese hotelito porque apenas tenía una linea telefonica y el wifi era errático. Para entretenerse, en el salón que oficiaba como comedor había una vieja rocola en la que los huéspedes ponian musica por las noches. Ellos habian descubierto una de sus canciones preferidas en el catálogo y no hubo una noche en la que no aprovecharan para bailar juntos, su nariz hundida en el pelo de Sarita, que apoyaba la cabeza justo encima de su corazón.

Las caderas de Sara ondulando al son de una cumbia y un botón del escote se suelta sin que ella lo note. El deseo, siempre latente, se extiende por su cuerpo como un incendio forestal que lo consume.

Cuando lo encerraron, Franco se aferró a los recuerdos como un náufrago a la balsa, desesperado por una esperanza que lo hiciera resistir el tormento que vivía. Sin embargo, descubrió con desazón que la esperanza es un arma de doble filo y que pensar en la felicidad pasada lo hundía en la agonía de lo que no iba a poder tener nunca más.
Lentamente sus recuerdos se habian ido apagando, hundidos en el barro de su miserable existencia, aunque se encendían a veces como chispazos en los momentos en los que estaba desprevenido. Pero esta vez era diferente. La vividez de estos recuerdos, la intensidad con la que lo atravesaban, no lo había vivido jamás. La musica, como un canto de sirena, lo incitaba a perderse, a zambullirse en las traicioneras aguas de desear algo que había perdido.

Sara, desnuda, dormida sobre el hueco entre su hombro y su pecho, el sol del mediodía se cuela entre las cortinas y dibuja haces de luz sobre su piel.

Franco hundió la cara en la almohada y dejó escapar un grito de impotencia que fue el preludio del llanto y la angustia que vinieron después. La canción llegó al puente instrumental cargado de tensión, acompañando sus emociones.

Ver a Sara despertarse y recibir su mirada, cálida como el café de la mañana, con esa devoción inmensa con la que lo había contemplado siempre.

Había estado media vida enamorado de la misma mujer, habian construidos juntos una familia y un negocio próspero, que él había logrado echar por tierra con su estupidez. Media vida enamorado de ella y todavía no entendía del todo la intensidad del amor que le tenía Sara, pero sabía con certeza que el la amaba hasta los huesos de manera inexorable.

El final de la canción lo acarició con ternura y Franco quedó hecho trizas, abrazado a la almohada, con un pensamiento recurrente. No iba a parar hasta volver.

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Cortito pero intenso. Recomiendo leerlo con la canción de fondo.

en sentido opuesto a las agujas del relojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora