Celos

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Franco Reyes no era un hombre celoso. Estaba casado con una mujer preciosa que trabajaba rodeada de hombres, que sabía hacerse respetar y que jamás habia tenido un problema. Franco Reyes no era celoso pero tampoco era tonto y tenía los sentidos alertas cuando se trataba de cuidar a Sara, pero no era el único.

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Habían contratado varios peones nuevos que comenzaban ese día a trabajar en la hacienda Meraki. Olegario, aún capataz de la hacienda San Isidro, estaba preparando a Gonzalo para cumplir ese rol en la hacienda de doña Sarita y se iban a encargar en conjunto de recibir a los nuevos empleados. La charla introductoria fue muy bien, los muchachos parecian eficientes y voluntariosos. Cuando Sara se despidió, Franco quedó algo rezagado y alcanzó a oir una parte no oficial de la bienvenida.

- Oiganme bien, muchachos - decía Olegario- doña Sarita es una jinete excelente y maneja muy bien los asuntos de la hacienda, pero tiene un caracter fuerte y está acostumbrada a mandar. - bajó de octava para decir lo siguiente - Pero les aviso: es trabajadora y le gusta dar el ejemplo. La van a ver aquí todo el tiempo, codo a codo, haciendo el trabajo sucio de igual a igual, pero no se equivoquen nunca: doña Sarita es su patrona. Es una mujer bella, es amable y muy educada, pero no se confundan con ella porque les va a ir muy mal. - Gonzalo asentía con vehemencia.

- Y una cosa mas: no se peleen nunca dentro de los predios. Doña Sara no tolera la violencia física entre los trabajadores dentro del rancho, por ningun motivo.

Franco se alejó en silencio, sonriendo emocionado ante lo que había escuchado. Sabía que Olegario la adoraba y la respetaba muchisimo, pero escucharlo hablar así le parecía un tributo hermoso a Sara, como persona y como jefa.

Años mas tarde, luego de haber firmado la compra de un terreno y de sus primeros caballos impulsado principalmente por Sara, Olegario lo apartó un momento y le dijo por lo bajo:
- Escúcheme bien, don Franco Reyes: cuídela como una reina o me ocupo yo de hacerla sentir como ella se merece. - Franco lo miraba atónito - Señoras como esas no se encuentran en todos lados.

Y al despedirse, Olegario se animó por primera vez a hablarle a su jefa como si no lo fuera:

- Señora Sarita, usted ya sabe - se rascó la nuca, avergonzado - si las cosas no funcionan con Don Franco, me tiene a mi para lo que mande.

- Ay Olegario - rió ella - eso a usted no le conviene, yo le conozco todos los trapitos sucios.

- Y qué mejor, alguien que me quiera como soy? - se aventuró, insolente. Sara lo tomó por sorpresa y le dejó un sonoro beso en la mejilla.

- Mejor dejémoslo ahí, Olegario, antes de que diga algo de lo que se vaya a arrepentir. - el hombre le sonrió ampliamente y se tocó el ala del sombrero a modo de saludo.

Trabajarían juntos varias veces a lo largo de los años, como colegas y amigos, y el afecto se había mantenido siempre sincero y platónico.

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Franco no era un hombre celoso, pero a lo largo de los años se habia encontrado con hombres irrespetuosos que murmuraban entre ellos la serie de barbaridades que le harían a la bruja esa que montaba como una reina. Solían fantasear con rebajarla, con someterla, con hacerle tragar el orgullo y algo más. Franco, asqueado, solía intervenir de manera educada pero tajante. En un mundo de hombres, la palabra de otro hombre que reclamaba respeto por el honor de su mujer valía mas que la voluntad de cualquier mujer. Franco no lo hacía por el honor, no necesariamente. Lo hacía porque pensar que rebajarla los enalzaría le parecía un error garrafal. Franco sabía a la perfección cómo se sentía verla plena, orgullosa y altiva mientras lo cabalgaba y le parecía el mejor espectáculo que habia presenciado en la vida. Y esos bufones no tenían ni idea.

en sentido opuesto a las agujas del relojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora