Capítulo III. Podría ser peor.

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Me despertó el Sol entrando en mi ventana. Desperté muy tranquilo hasta que recordé lo de ayer: la discusión, la cena, mi padre corriéndome...

Astrid...

Y entonces me metí a la ducha, lo mejor sería ignorar un rato el problema, despejarme de todo el mundo y pensar que en realidad sólo voy en busca de mis sueños...

Ya en la regadera me lo repetí algunas veces, tal vez para creérmela:
"Tu papá no te odia, eres su hijo y te quiere... Vas por tus sueños, sales del nido para alcanzar la felicidad... No extrañarás a nadie... Simplemente seguirás de frente... El viernes, cuando la veas, Astrid tendrá una gran sonrisa en los labios, te abrazará, platicarán por horas... Serás feliz..."

Terminé de ducharme con estos gloriosos pensamientos en la mente. Me vestí lo más rápido que pude y miré a mi alrededor. Estaba dejando atrás casi toda mi vida; veinte años había pasado en esa misma habitación, esa que me vio estudiando, cantando, soñando, llorando, riendo... pasé los mejores años de mi vida en ese lugar... sin duda era lo único que iba a extrañar en serio. Tomé mi mochila, la cual estaba sobre la cama, la caja y mi guitarra. Eché el último vistazo y con profunda nostalgia le dije adiós no sólo a mi habitación, sino también a mi vieja vida.

Bajé las escaleras y los vi desayunando. Mi padre estaba leyendo el periódico como acostumbraba todas las mañanas y mi madre sólo lo miraba.
Esa sería la última vez que los vería.

Metí la comida de la Señora Mills en el horno de microondas y lo calenté. Mamá ya me había preparado algo muy al pesar de mi padre.

Y entonces tuve los peores 30 segundos de mi vida.
Un silencio que sólo se rompía cuando papá comía pan tostado se apoderó del comedor.
Un silencio incómodo.
Un silencio que me mataba.
Un silencio que me rompió por dentro.
Cuando la alarma del horno sonó tome las bolsas, mis cosas, y me fui sin decir palabra.

Ellos tampoco parecieron muy interesados en despedirme.

Pasé la puerta de la casa y llegué a la acera. Acomodé en la parte trasera mi caja y el estuche de la guitarra, los sujeté con una cuerda para que no fuese a caer.
Me subí a la motoneta que usaba para repartir los pedidos en la pizzeria y emprendí la marcha hacia ningún lado.

Con sólo 300 en la cartera, el tanque a la mitad, sin rumbo y ahora sin familia partí hacia el este. Con el único sueño de encontrar un algo que me ayudase a sobrevivir.

Mentira.

Mi único sueño era ver a Astrid otra vez.

De nuevo recurrí a mis auriculares; me hacían olvidarme de mis problemas...

Y así, "perfect" de Simple Plan, me dio un golpe bajo.

Pensaba en qué iba a hacer para sobrevivir. Todo iba a ser más difícil de ahora en adelante.

Conduje hasta que llegué a un puesto de periódicos. Me estacioné en frente de él y tomé uno. Busqué en la sección de anuncios algún departamento cerca de mi trabajo para poder llegar a tiempo, algo barato que me permitiera tener lo necesario.

No encontré nada.

Busqué otro periódico.
Sección de anuncios:

"Departamentos en Avenida No. 15"

¡Por fin!

— Bueno, creo poder pagar esta mensualidad – pensé.

Compré el periódico y me dirigí a la dirección marcada casi de inmediato. Estaba seguro de que una ganga como aquella podría ser ocupada en cualquier momento.
Cuando llegué, atravesé el umbral del deicidio para encontrarme con un señor de aproximadamente 50 años: usaba bigote como mi padre y era un poco canoso. Estaba leyendo la sección de deportes cuando me acerqué y carraspeé la garganta un poco para atraer su atención. Me miró con desgano; pregunté por el dueño y me indicó un asiento.

— No tarda, ha salido y debería estar aquí en unos 10 minutos — me dijo.

Esperé a que llegara.
Entró por la puerta aproximadamente 40 minutos después de que yo tomase asiento; era un hombre grande. Estaba quedándose calvo y tenía una barriga muy pronunciada. Vestía de camisa y blanca, en la cual se notaban unas grandes manchas de sudor debajo de las axilas, y pantalones negros sujetos por un cinturón y un par de tirantes.
Le di la mano para saludarlo.
—Buenos días, mi nombre. es Liam — el respondió con un apretón muy amistoso que más bien parecía querer quebrarme la mano.
— ¿Así qué vienes a ver el departamento? — preguntó.
— Sí, acabo de ver el anuncio en el periódico.
— Ya veo; sígueme por aquí.

El hombre caminó hacia un angosto pasillo y yo detrás de él, giramos a la izquierda y subimos unas estrechas escaleras, depués de un rato llegamos a un sexto piso.
Rápidamente abrió la puerta y me dio un tour por el pequeño departamento; tenía una cocina-comedor con una mesa redonda y dos sillas blancas. La cocina estaba relativamente completa. Seguimos y tenía una pequeña habitación de 9×7 metros cuadrados con una gran ventana desde la que se veía toda la avenida. Un baño pequeño y terminaba con un sofá en la 'sala'. Definitivamente me gustaba ese lugar; era lo bastante grande para que yo viviese a gusto.
—¿Qué te parece? Está muy bien si es que vas a vivir solo.
— Efectivamente, Señor Linton, la verdad es que mi único inconveniente sería la renta.

Después de relatarle la aventura del día de ayer, y sobre mis ingresos, el Señor Linton accedió a bajar la renta en un 20% cada mes, y si era puntual con los pagos, lo bajaría hasta 30%. La condición era que yo debía pagar los arreglos que fuesen necesarios en el lugar.

Este hombre me agradó demasiado.

Es decir, al menos tendría un lugar donde dormir, y era lo que me preocupaba. No iba a ponerme exigente con la racha de suerte que tenía estos últimos días.

Al menos no todo pintaba mal hasta ahora.

Podría ser peor, ¿no?

Cuando desees recordar mi voz (Liam Payne)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora