Capítulo 2

3 1 0
                                    

(16-Sep-1935)
—¿Tenemos que cancelarlo, de verdad? —Las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas mientras él no sabía qué hacer o qué decir.
—Las leyes son claras, mi amor, no está permitido el matrimonio entre Alemanes y Judíos.
—Pero tú ibas a convertirte al judaísmo.
—No creo que tenga que ver con la religión, sólo hay que escuchar los discursos de ese desgraciado. Quiere un pueblo puro. Ario.
—¿Entonces qué vamos a hacer?
—Nos iremos de Alemania lo antes posible.
—No puedo hacer eso, Christoph, no puedo dejar a mi familia aquí sabiendo que un hombre como él está al mando.
—En realidad no lo está.
—Claro que sí, solo hay que ver cómo se está formando todo desde que se convirtió en Führer.

(2022)
Con mis cosas en una bolsa y ésta en mi mano izquierda, salgo del edificio donde he pasado los últimos años de mi vida.
He trabajado para Lisa desde que salí de la facultad. Primero como becaria y después como secretaria, aunque mi carrera no tuviera que ver con ese ámbito.
Echo un último vistazo y me despido del que fue mi lugar de trabajo por cinco años.
Al girar sobre mis talones pienso en que debo hacer. ¿Me voy a casa a llorar, le lloro al bartender de la esquina o me tomó un café y comienzo a buscar trabajo?
Opto por mi última idea y me encamino hacia la cafetería de siempre, la que queda a diez minutos de donde me encuentro.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con extrañeza el barista.
—Hola, Zab. Pues nada, al final lo he conseguido, me han dado vacaciones.
—De larga duración por lo que veo en tus manos.
—Indefinidas.
Me siento en uno de los sillones, me acomodo, con derrota, supongo, y espero a que traiga mi orden habitual.
—Moca con un pedazo de brownie.
—Yo no...
—Invita la casa. —Me guiña un ojo y se sienta frente a mí.
Me hace gracia siempre que hace estas cosas. Me resulta muy divertido ver cómo flirtea conmigo y cinco segundos después babea por su compañera.
—¿Algún día vas a invitarla a salir?
—¿Qué, de qué hablas? —echa un vistazo rápido por si nos mira o escucha lo que decimos.
—Te mueres por ella, lo se yo, lo sabes tú y hasta Tom lo sabe.
—Sí, hijo y ella también. —Comenta el señor que está en la mesa de al lado.
Le choco los cinco con confianza aunque no nos conocemos de nada y aunque probablemente tampoco se llame Tom.
—No saben de lo que hablan.
Se levanta del lugar, quizá más nervioso que molesto, aunque eso no quita que me lance una mirada de odio.

Recuerdos en guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora