La noticia de El profeta

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El cuchicheo se extiende por todo el Gran Comedor. Hay varias personas leyendo El profeta mientras hablan con sus compañeros de mesa. Harry adopta una postura defensiva y tanto Hermione como Ron se colocan a su lado automáticamente. No tardan en darse cuenta de que no va con ellos, porque nadie parece inmutarse ni señalar a Harry cuando este camina, cruzando la sala de punta a punta para llegar a la mesa de Gryffindor. Más bien los susurros y las miradas se dirigen a la mesa de Slytherin. A Malfoy, concretamente, que está intentando pasar desapercibido mientras sus amigos miran a su alrededor con la misma hostilidad que suelen hacerlo Ron y Hermione cada vez que un artículo en el periódico resulta hiriente o perjudicial para Harry.

—Ha sucedido algo con Malfoy —murmura Harry, intentando conectar una mirada con el chico rubio para... No sabe muy bien para qué. Preguntarle no, aunque sin duda se deben notar en su rostro las ganas que tiene de saber qué ocurre. Quizá sonreírle, como el otro día, para animarle, pues sabe por experiencia que ser el centro de las noticias o que lo sea alguien cercano no es algo fácil.

—¡La leche! —exclama Hermione, que está pagando su ejemplar de El profeta a la lechuza que se lo ha traído. Los dos chicos se vuelven hacia ella, sorprendidos por su vocabulario, pero Hermione extiende el periódico encima de la mesa, señalando la portada, donde un altanero Lucius Malfoy mira con la misma expresión de desdén que suele utilizar su hijo, alternando a una de petulante satisfacción.

Harry recorre con los ojos el titular. Luego la escasa información que la portada ofrece, a medias incrédulo y a medias flipando, antes de volver a releer el titular una y otra vez. Es Hermione quien lo saca del bucle, buscando la página donde la noticia está más desarrollada, pero los ojos de Harry ya se han desviado de nuevo hacia la mesa de Slytherin, donde Draco y sus amigos se levantan, sin terminar de desayunar, y se cuelgan sus mochilas para abandonar el Gran Comedor. En el otro extremo de la mesa de Slytherin y, siendo sinceros, desde algunos puntos, escasos, de las mesas de Gryffindor y Ravenclaw, varios de los alumnos más mayores observan a Malfoy con recelo.

—¡Malfoy! —Harry corre detrás del chico y sus amigos, tratando de detenerlos. No sabe si Ron y Hermione, que sólo han atinado a mirarle sorprendidos cuando Harry se ha levantado de la mesa y ha salido corriendo, lo siguen—. ¡Malfoy, espera!

—¿Qué? —pregunta el chico cuando por fin se da cuenta de que lo llaman y quién lo hace y se para en medio del pasillo. Sus amigos se sitúan automáticamente a su lado, flanqueándolo, pero al contrario que cuando fue a pedirle que le acompañase al baile de Navidad, esta vez ninguno saca las varitas, aunque Harry no está seguro de que Zabini y Greengrass, que lo miran con cierta contrariedad, no la tengan escondida en el bolsillo de la túnica.

—Yo... Eh... Quería... —Harry jadea, buscando las palabras. Malfoy abre los ojos de par en par, asustado.

—¿Vas a invitarme al baile otra vez, Potter? —Harry resopla, divertido por el sarcasmo, ahora que entiende que el humor de Malfoy se parece tanto al suyo.

—No podría soportar otro rechazo y tú tendrías que cargar con el estigma de ser el culpable de acabar con el Niño-Que-Vivió —bromea Harry. La reacción en el grupo de amigos de Malfoy es inmediata. Todos, incluso Zabini y Greengrass, se relajan. Goyle y Nott sonríen ante el intercambio de bromas y Parkinson lo mira de esa manera particular suya, como si quisiera desentrañar algún secreto de Harry sólo con la mirada.

—Id sin mí —dice Malfoy a sus amigos. Estos dudan un segundo, pero asienten. Sin embargo, Harry no siente que su recelo esté dirigido contra él. Más bien al contrario, no tienen problema en dejar a Malfoy solo si está con Harry, y eso se refleja también en la mirada del chico rubio, que espera en silencio a que sus amigos se hayan alejado, sin apartar los ojos de Harry, pero sin hostilidad en ellos.

—He visto el periódico —murmura Harry, finalmente. Ahora lamenta no haber tenido tiempo de leer los detalles, pues no sabe qué más añadir, así que se deja llevar por su intuición—. ¿Era lo que le decías en tu carta?

—Yo no osaría decirle a mi padre lo que debe o no hacer, Potter —dice Malfoy muy despacio, entrecerrando los ojos con aire calculador—. Pero en el hipotético caso en que mi padre hubiese decidido consultar conmigo y con mi madre ciertos... movimientos, yo habría estado de acuerdo en lo que ha decidido hacer.

—Guay. —Harry es consciente de que está sonriendo como un idiota, pero no es capaz de hacer que su rostro vuelva a la seriedad. Ni tampoco sabe si quiere porque, aunque Malfoy permanece inexpresivo, sus ojos plateados tienen una chispa de alegría que lo delata—. Bueno, en realidad no he leído qué ha pasado, sólo...

—Es una muy mala costumbre leer sólo los titulares, Potter.

—Lo sé. Pero... Es cierto, ¿verdad? —pregunta, preocupado de pronto porque conoce lo poco riguroso que puede llegar a ser El profeta. Mientras que en Hogwarts el cotilleo acerca de la no participación de Harry en el torneo fue cosa de unos minutos, los que Dumbledore tardó en negarse en rotundo, en el periódico ocupó varios artículos de una periodista con más talento para las palabras que ética. Afortunadamente, los acontecimientos posteriores habían sepultado el aparente interés de dicha periodista por Harry y sus actividades—. Lo de que tu padre ha sido vital en la disolución de la red de exmortífagos y que, además, ha aportado los nombres de quienes torturaron a los muggles en el mundial.

—Parece ser... —Malfoy continúa hablando despacio, eligiendo cuidadosamente sus palabras—, que esta vez mi padre ha sabido escoger bando con más tino que la anterior. O eso espero, la verdad.

—¿Bando? —Malfoy levanta la ceja, exasperado, y Harry comprende que, una vez más, está hablándole entre líneas, así que piensa a toda velocidad. Sabe por Ron que Lucius Malfoy afirmó haber estado bajo el control de la imperius bajo el mando de Voldemort, sin embargo...—. Me alegro.

—Creo que yo también —asiente Malfoy.

—¿Crees?

—Bueno, es una cuestión de confianza, ¿no? —Harry se encoge de hombros, un poco desorientado—. Por dios, Potter, necesitas que te lo expliquen todo con palabras, ¿verdad?

—Normalmente, es cómo funcionan las explicaciones —responde Harry, divertido por la forma en la que Malfoy pone los ojos en blanco.

—Digamos que yo tengo confianza en que, si se cumplen las peores previsiones de Crouch y sus seguidores, o las de los imbéciles que se dedicaron a rememorar tiempos pasados con la nostalgia propia del fascismo muggle, el Niño-Que-Vivió siga viviendo —dice Malfoy, y el corazón de Harry palpita dos veces en un solo segundo.

—Por supuesto —asiente Harry, fascinado no sólo por cómo le brillan los ojos al otro chico, que se mueve con un nerviosismo que nunca le ha visto antes, sino que también por el hecho de que sepa lo que es el fascismo muggle y hable de ello abiertamente.

—Merlín, ya quisiera yo esa confianza tuya —resopla Malfoy con cierta frustración—. En fin, Potter, ha sido agradable charlar contigo, algo que parece estar convirtiéndose peligrosamente en una costumbre, pero tengo que llegar a Encantamientos. El resto no tenemos el mismo enchufe con los profesores que tú.

—Yo... —Harry trata de recordar qué asignatura le toca ahora, sin éxito—. Tengo que ir a buscar a mis amigos.

—Genial. Nos vemos, Potter. —Todavía con una sonrisa, contento por haber solventado todas las dudas que tenía acerca de Malfoy y deseando contárselas a Hermione y Ron, lo observa marcharse. Malfoy ya está a varios metros de distancia, cuando se da media vuelta, entorna los ojos y ladea la cabeza, aparentando desinterés con muy mal disimulo—. Y, si tu invitación aún sigue en pie, es posible que considere aceptarla.

Yule Ball [Drarry - Harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora