Capítulo 3

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Ian Wells

Sus ojos azules exigieron una respuesta.

Tragué saliva.

El rostro de aquella mujer me desconcertó por un instante.

Su pelo completamente negro y liso hacía resaltar el tono pálido de su piel. Sus pestañas oscuras causaban la misma sensación en sus orbes celestes.

Cuando lamió sus rosados labios en un intento de hidratarlos algo pareció moverse dentro de mi.

-Soy Ian Wells-¿Me acababa de temblar la voz?

Busqué respaldo en mi notario para que enseñara nuestro caso tal y como habíamos ensayado con anterioridad. Sin embargo, su reacción a la belleza de la abogada era mucho más evidente a la mía.

Se encontraba casi inmovilizado en uno de los sillones de cuero negro.

Joder.

Tomé el archivo de las manos de Charles y lo dejé caer en su mesa de madera de roble con más confianza de la que sentía realmente.

No era su apariencia lo único que captaba la atención. Su aura de poder, elegancia e indiferencia me recordaba a... ¿mí?

Frunció sus cejas en un intento de asociar mi nombre a algo.

Esto era indignante.

Algo se iluminó en ella.

Abrió el cajón de su mesa y sacó el mismo folder que yo acababa de mostrarle pero en una carpeta bastante más organizada.

Con qué si le había llegado.

-Eres el del divorcio, ¿no?- habló.

Su voz no era melosa, pero su tono suave y el atractivo acento que no terminaba de ubicar, resultaba como una bocanada de aire en medio del océano.

Asentí.

-Lo siento- dijo simplemente- no puedo ayudarte.

¿Estaba hablando en serio?

-No tengo tiempo para llevar tu caso- me tuteó.

Me dispuse a montar una escena cuando una cuarta persona entró al espacioso despacho.

Un chico de apenas dieciocho años se acercó a la abogada ignorandonos a Charles y a mi por completo.

Aquel chaval no parecía encajar allí, su sudadera no era nada comparado con los trajes que llevábamos los demás.

Sin embargo, la mujer parecía tenerle aprecio, le escuchó con atención sin hacerle esperar como a nosotros.

Sin saber lo que hacer, examiné su oficina, era realmente lujosa, no más que la mía, pero se asemejaba peligrosamente. Estaba bien organizada y la limpieza era indudable, los tonos monótonos de los muebles lo hacía ver incluso más impecable. Llamó mi atención la manta de seda en el suelo, casi parecía para un perro.

Cuando terminó el cuchicheo de ambos la mujer sonrió en nuestra dirección sin mostrar ninguno de sus dientes.

Por un momento pensé que se me saldría el corazón de lo rápido que latía.

-Señor Wells- me habló directamente- Lamento no haber podido responder personalmente a sus llamadas.

¿Qué?¿Ahora iba de buenas?

-Me encantaría poder discutir este asunto con un poco más de...- hizo una pausa- privacidad.

Charles, cautivado, salió sin necesidad de que se lo pidiera directamente y como en un comienzo volvimos a ser tres en la oficina.

La expresión de la abogada cambió por completo de nuevo.

-Bien- comienzó seria- ¿Cómo de desesperado estás por ganar ese divorcio?

¿Desesperado?¿Cuándo había dicho yo eso?

-Veo que te enfrentas a una importante firma de abogados.- comentó como si no lo supiera ya.

-Verás- continuó- Yo puedo ayudarte, no te quitarán un solo céntimo de tu dinero y puedo dejar a tu mujer con absolutamente nada si es eso lo que deseas.-eso sonaba bien. Su voz volvió a adoptar otro tono más sutil- Pero necesito algo a cambio, ¿Comprendes?

-Sí.

Sonreí, aquella mujer hablaba mi idioma, definitivamente no era solo una cara bonita.

-No tenía pensado escatimar en tu pago- le expliqué.

Asintió complacida pero se notó que no era lo que buscaba escuchar.

-El problema es que tengo una situación en la que necesito...- se autocorrigió- en la que sería bueno contar con tu ayuda.

-¿Qué clase de situación?-indagué.

-Como ya te habrás dado cuenta no soy de aquí y sabrás que los extranjeros no son precisamente muy bien recibidos en los Estados Unidos.- Aha- Pues hay un juez con el que no me llevo muy bien que digamos y ha decidido expulsarme del país.

Vaya, lo explicaba todo con sospechosa tranquilidad, casi como si el problema ya estuviese resuelto.

-He considerado todas mis posibilidades y fingir una relación con alguien influyente es la más asequible de ellas.

Todo cobró sentido, tenía pensado utilizarme desde el principio.

Mi turno.

Decidí jugar mis cartas.

-¿Y por qué debería ayudarte? Podría requerir cualquier otro abogado.-advertí.

La leve duda presente en su rostro segundos atrás se esfumó con mis palabras.

Puede que yo tuviese buenas cartas pero no tenía nada que hacer si el juego lo había creado ella.

A medida que hablaba se movía haciendo imperceptibles círculos en la habitación, como una araña lista para cazar a su presa.

-Pero no lo harás- murmuró segura- solo yo puedo garantizarte que ganarás el juicio, si aceptas estarás divorciado en cuestión de segundos, nadie tendrá que saber de nuestro pequeño trato y además...

¿Además?

Como un insignificante mosquito había caído en su complicada y bien tejida telaraña construida en minutos.

-Además me he permitido investigar sobre tus asuntillos,- el joven chico pelirrojo en la esquina la miró entre alucinado y orgulloso- no creo que te convenga que tus problemas con la mafia salgan a la luz.

Mierda.

Había llegado a aquel edificio con un as bajo la manga, pero no había tenido siquiera la oportunidad de usarlo, la escalera real de la abogada finalizaba la partida.

-Está bien- accedí, no sacaría nada más de aquel trato.

-Perfecto- sonrió- Muchas gracias por su colaboración- casi se mofó. -Tu caso tendrá total prioridad, cuenta conmigo para lo que necesites- aseguró.

Retuve el impulso de poner los ojos en blanco, hacia tiempo que no me la jugaban de esta forma.

Alzó su delicada mano ante mí para que se la estrechara.

-Adira Keane, siempre a tu servicio- finalizó.

IMPARABLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora