Capítulo 1

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Adira Keane

No confiar.

No confiar en nadie.

El peso de los secretos rompía a los débiles, pero aquellos que habíamos confiado y habíamos sido apuñalados por nuestra propia ingenuidad, ya estábamos rotos.

La certeza de no tener salvación podría haber asustado a cualquiera y aún así, en mi caso, era lo que me animaba a seguir adelante. ¿Qué puede matar a lo que hace años que no ha estado vivo?

Suspiré.

Un secreto más no haría daño a nadie.

Recogí las cartas de la mesa junto a la puerta. El correo por papel parecía haber vuelto a la moda.

Miré todos los sobres por encima. Propuestas de trabajo, amenazas, noticias y agradecimientos, se encontraban en la palma de mi mano.

Las fui pasando una por una mientras mis pálidos pies descalzos se juntaban más y más con el propósito de entrar en calor.

El envoltorio negro de una de las cartas logró captar mi atención, las letras estaban escritas en dorado y me atrevería a decir que la tinta se trataba de oro. Leí la diminuta cursiva.

La famiglia.

La mafia más grande de Italia.

Sonreí levemente al darme cuenta de lo cuidadosos que eran aquellos europeos. Habían conservado el color negro de los sobres tal y como las costumbres indicaban que eran las primeras amenazas mafiosas.

Toqué el sello rojo con olor a sangre.

Adorable.

Me deshice de la carta dejándola en cualquier sitio, prometiéndome leerla cuando tuviese tiempo. El ordinario sobre con sello americano en mi escritorio me resultaba mucho más importante.

Acaricié la cabeza de Cosmos y me senté, temiendo lo peor.

Durante los 36 segundos que tardé en leer el comunicado, olvidé respirar.

Estaba jodida.

Respiré profundo e intenté mantener la cabeza fría. No podía permitirme cometer errores, no los había cometido nunca y tampoco empezaría ahora.

Oculté mis preocupaciones tras una sonrisa de labios cerrados como acostumbraba a hacer y con una señal le indiqué a mi husky que me siguiera hasta el dormitorio.

Nuestros pasos hicieron eco en el pasillo silencioso del apartamento.

Miré a Cosmos y le agradecí en silencio, rascando detrás de sus orejas.

Él nunca me había fallado.

Con un chasquido, se apagaron todas las luces. Cerré los ojos. Noté el peso de mi perro sobre mis piernas. Metí las manos bajo la almohada y sentí el metal frío contra mi piel.

La pistola seguía allí. Con una única bala reservada en el cargador.

Una bala con nombre y apellido.

***

Había dormido 4 horas. Más que suficiente.

El silencio, como siempre, inundaba el apartamento.

Abandoné la cama sin despertar a mi compañero peludo, pues se merecía descansar. No me tocó otra que afrontar mis problemas en soledad.

Recordé el contenido del sobre americano y sin permitirme venirme abajo, busqué soluciones.

¿Qué harías cuando el gobierno intenta echarte del país por no tener nacionalidad americana?

El primer remedio que se me ocurrió, fue el trabajo.

Podría utilizar el hecho de que dirigía mi propio bufete de abogados. Sin embargo, sabía que no era información necesariamente infalible en un juicio pues al ser una empresa sin fundadores estadounidenses, no sería suficiente para salvarme el pellejo.

También tenía los pequeños trabajos como modelo, pero bien sabía que aunque la ciudad estuviera envuelta con mis fotos, al tratarse de un modelaje parcial y no a tiempo completo, no me serviría.

Y por último tenía mis irregulares oficios con la mafia, no, no creo que eso les convenciera.

Decidí pasar a mi segunda posibilidad para quedarme en Washington, las relaciones.

Podría intentar que mis amigos y trabajadores testificaran por mí en la corte, que dijesen lo patriota que me había convertido y que no permitieran que me exiliaran.

Pero no quería causarles problemas, que fueran a mi juicio los pondría en el punto de mira del estado, algo que jamás podría perdonarme.

Bufé.

No me quedaba otra, tercera opción.
Necesitaba una pareja, y no una cualquiera, alguien con poder, estatus y buenas dotes de actuación.

En caso de no conseguir a nadie así, no tendrías remedio que casarme.

Trague saliva.

Eso implicaría mucho papeleo y demasiados secretos dolorosos para compartir con un desconocido.

Necesitaba a alguien, rápido.

***

Me miré en el espejo, asustada con lo que encontraría.

Mi blanquecino cuerpo estilizado oculto por mi ligero pijama de satín se mantenía en forma pero mi cara, con mi enrojecida nariz, era otra cosa completamente distinta.

Recogí mi largo cabello azabache en una coleta, cuyas puntas se deslizaban hasta el final de mis costillas y me dispuse a cubrir la oscuridad bajo mis ojos con maquillaje, supongo que los secretos al final sí que pasaban factura.

Mis ojos celestes acompañados por frondosas pestañas se encontraron con su reflejo.

No me rendiría, está era la vida por la que tanto había luchado y por nada me atrevería a abandonarla.

Si el mundo quería verme arder, primero probaría el sabor de mis llamas. No me importaba transformar todo en cenizas con cada uno de mis pasos.

*****
Cap 1

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