Capítulo 22

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Lo primero que percibí al estar de algún modo, consciente, fue los sonidos que llegaban a mis oídos; desde el goteo incesante de las tuberías cercanas, hasta los pequeños y diminutos pasos de los ratones que se asemejaban a los de un elefante. Agudicé un poco más mi oído y podía apreciar —si me concentraba lo suficiente—, los susurros de los vampiros que se mantenían cerca del castillo como si estuviesen a escasos metros de mí.

Me enderecé despacio, temí realizar movimientos bruscos. Toqué con mi pulgar la yema de mis dedos, percatándome de lo suave y sensible que se sentía mi piel, era más receptiva a cualquier roce o toque sobre ella. Noté que la tela de mi ropa se hallaba rota, ahí donde Hadrien me apuñaló, pero debajo de ella no había ninguna herida, ni la más mínima cicatriz que sirviera de recordatorio de lo que ese vampiro me hizo. Mas no importaba que no existiría herida física, tendría bien presente en mi mente hasta el más profundo dolor que me causó.

Hadrien seguía inconsciente. Me aparté de él incorporándome del todo. Entonces probé ahora otro más de mis sentidos que se agudizó, percibí más denso el aroma que desprendía Hadrien. Casi estuve a punto de acercarme y deslizar mi nariz por su cara y cuello, llenándome de su apetecible aroma que me provocó sed, presentándose esta como un ardor molesto en mi garganta que de pronto se sintió muy seca.

Tuve la necesidad de verme en un espejo, de escudriñar cada centímetro de mi rostro y ver qué cambios había en él. Sin embargo, sería en otro momento.

Hadrien comenzó a abrir los ojos, lo hizo de manera lenta, entretanto, yo lo único que quería hacer era estampar su jodida cabeza contra la pared, al menos ahora sí podría causarle daño.

Dirigió sus ojos a mí y sonrió un poco como si todo estuviera bien, como si hace apenas unas horas no me hubiese asesinado de una de las peores formas.

Llevada por mis impulsos corrí hacia él buscando una manera de golpearlo, pero con facilidad me esquivó y me tomó del cuello estampándome contra la pared. No tuve oportunidad de ver sus movimientos, era demasiado veloz.

—Eres una bebé a comparación conmigo, Gabrielle, no trates de herirme que no lo lograrás —advirtió burlesco.

—Suéltame ya —exigí—, no intentaré nada.

Dudó, pero al final me soltó, pero no se apartó de mí, me observaba fijamente, tanto que logró ponerme nerviosa y me vi esquivando su mirada oscura.

—Te sienta bien ser vampiro —se sinceró con una media sonrisa. No respondí, maldito vampiro, no le daría las gracias por su estúpido halago.

—Tengo sed —le hice saber, ignorando su comentario. Suspiró y se apartó al fin.

—Te llevaré a que te alimentes y después regresarás aquí —espetó.

—Estás loco si crees que dejaré que me encierres de nuevo en este sucio calabozo —exclamé.

—Tu castigo aún no termina, Gabrielle —murmuró con seriedad.

—Y una mierda con tu maldito castigo, Hadrien, suficiente me hiciste sufrir ya —escupí con enojo. Él dio un paso al frente con vaya a saber qué intenciones, pero antes de que pudiera acercárseme, una voz lo detuvo:

—¿Qué significa esto, Hadrien? —Ambos nos giramos a ver al hombre que estaba de pie a unos metros de nosotros.

—Padre —dijo Hadrien mientras retrocedía.

—Te hice una pregunta —habló con dureza y de verdad lucía muy molesto—. ¿Por qué tienes a Gabrielle aquí?

—Escapó con Anthony, me ha desobedecido —se excusó.

A tu lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora