IV

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La tensión entre ambos podía notarse a casi medio kilómetro entre ambos adolescentes, Ray apretando la muñeca de Emma, y la Ratri, tratando de soltarse de su compañero.

Aunque lo admitía, el ver que alguien se atrevía a ser capaz de agarrar su muñeca frente a todos, algo que por muy imposible que pareciera, despertó la curiosidad de Emma hacia Ray.

一V-Vaya que tienes agallas emo... Ni mi padre se atreve a sujetarme la muñeca

一Tú mundo de ricos es algo que no le tomaré mucha importancia antena, ahora déjalo en paz...

Ambas miradas chocaron un poco contra la otra, finalmente causando que Grace soltara la muñeca ajena, la misma que empezó a bajar lentamente.

Emma acomodó su chaqueta un poco, solo para empezar a caminar a la puerta de la cafetería, mientras se quitaba el abrigo, suspirando algo frustrada al ver como quedó una especie de camino grasoso por la parte de la espalda.

一Estúpidos pobretones de mier--... Olvídalo ya Emma, aunque ese chico...

La ojiverde entro al baño, mientras cerca al lavamanos, humedeció un pañuelo que solía llevar a todos lados, el mismo con el cual empezó a limpiar su traje, algo frustrada de no poder tener su venganza, al menos de momento.

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Nuevamente en clases, Ray estaba mirando su libro, un poco aburrido, al menos mientras oía a la maestra empezar a dictar ecuaciones lineales, cosa que le fastidiaba en grandes cantidades.

O al menos hasta que una pequeña vibración le llamo la atención, la cual venía desde su móvil.

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«Mensaje nuevo: Número desconocido»

“Grace, tú y yo, afuera, ahora”

“¿Y quien mierda eres?
Aunque más importante...
¿Como tienes este número?”

“Se te nota lo lento a distancia...”

“Dime que no eres ella...”

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El azabache levantó la cabeza a la puerta, notando como la misma estaba vacía, cosa que le hizo suspirar como sí el alma le hubiese vuelto al cuerpo.

O eso creía.

一Ray, Emma, necesito que me traigan unas hojas en mi oficina por favor

“La puta madre-”

一Claro que sí maestra, vamos Ray, no debemos hacerla esperar

La actuación de Ratri era algo que debía admitir el pelinegro, de tener unas ganas enormes de asesinar a quien le mancho la chaqueta, a estar sonriendo sujetando la puerta mientras le esperaba.

Así que, sin tener otro remedio, se levantó de su pupitre, camino a la oficina, mientras seguía el paso de la pelinaranja, sorprendido por el silencio que había entre ambos, aunque así estaba mejor.

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