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Cerré la puerta y suspiré con alivio

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Cerré la puerta y suspiré con alivio. No me caía mal. Me había reído bastante con el nuevo jefe y amigo de Victoria, Thierry, pero estaba algo cansado de sus chistes malos. Me metí en la cama mientras ella terminaba de recoger el salón. Los platos se habían quedado en el lavavajillas y yo solo podía pensar en la agenda que me esperaba al día siguiente.

La cena había sido idea de Victoria. Me había tocado cocinar porque ella y los fogones solo se llevaban bien cuando se ponían de acuerdo para montarse un espectáculo circense. Lo cierto es que me había parecido un hombre íntegro. La miraba de la misma forma que yo lo hacía. Y eso era lo único que honestamente me provocaba cierto resquemor. Cualquiera que tuviera ojos en la cara sería capaz de apreciar el monumento que era Victoria, pero de alguna manera tenía la sensación de que él también la veía a través de su coraza y que le costaba mucho menos hacerlo que a mí.

Después de mi regreso de Londres, a todo lo que tenía en pausa por motivo del viaje, se le había sumado el triple de trabajo. Estaba agotado. Intentaba no llevarme nada a casa para poder disfrutar completamente de mi tiempo, tanto personal, como el conyugal. Incluso, algunos ratos que sacaba con mi familia y con amigos.

—¿Estás despierto? —preguntó rectando por la cama.

—Ahora sí—le contesté abriendo el edredón.

—Perdón—dijo disculpándose para acto seguido apoyar su cabeza sobre mi pecho. —¿Qué tal te ha caído?

—Parece un buen tío.

—Lo es. —Besó mi hombro y yo no pude hacer menos que posar mis labios en su frente. Así durante más de un corto minuto. Porque el tiempo con ella pasaba mucho más rápido. Excepto cuando los silencios y la distancia se interponían entre nosotros en una misma habitación.

—¿Qué pasa?

—¿Cuándo esté en París también vamos a pasear juntos? —siseó.

—¿Por llamada?

—Sí...

—Me parece una buena idea.

—Y también podemos hacer otras cosas por llamada—sugirió ruborizándose. Lo cierto es que desde la perspectiva en la que estaba no la veía, pero la conocía lo suficiente como para saber que era un hecho.

—¿Cómo cuáles? —tiré de la cuerda.

—Hugo...

—Me hace gracia que te dé vergüenza porque tardas medio segundo en perderla—me burlé.

—Sabes a lo que me refiero—espetó mosqueada.

—Cuando estás enfadada no tienes tanto tabú—la piqué.

—¿Me quieres ver enfadada? —me advirtió.

—No, con la bronca de esta mañana por haberme dejado la cuchilla en el lavabo tengo suficiente—atiné a recriminarle antes de que me atizara con el cojín.

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