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Había reiterado que no volvería a sentarme en esa mesa con esa mujer por activa y por pasiva, pero necesitaba que la gente dejara de preguntarme si estaba bien

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Había reiterado que no volvería a sentarme en esa mesa con esa mujer por activa y por pasiva, pero necesitaba que la gente dejara de preguntarme si estaba bien. Sabía por descontado que no había mala intención en su preocupación, pero la familia de Hugo se había volcado tanto en nosotros que me sentía asfixiada. Así que, ahí estaba fingiendo que la vida me trataba como una reina y que no hacía un mes y medio que dormía entre París y el sofá de nuestro ático en Madrid.

Podía haber ignorado los mensajes, las llamadas y no haber abierto la puerta, pero también necesitaba dar ese paso por Hugo.

No es que él estuviera sufriendo más que yo o yo más que él, sino que ambos teníamos maneras distintas de expresarlo. Él lo llevaba bajo la piel pretendiendo que no se le transparentaba todo ese dolor y yo elegía cuando ponerme el disfraz de aquí no ha pasado nada. Aunque, dicho disfraz no era resistente al agua y cuando las lágrimas empezaban a salir, no había nada que pudiera evitar que me mostrara tal cual me sentía. Por ello me permitía cada noche en la terraza unos minutos mirando las casas que había en los edificios colindantes. No tratando de espiar, pero sí de imaginar que vidas tendrían mis vecinos. Si serían felices siendo tantos o tan pocos. Si discutían o alguien dejaba las luces encendidas, olvidaba siempre un calcetín en el tambor de la lavadora o se dejaba las llaves dentro dos veces al mes.

Al parecer, Hugo había rechazado esa cena unas semanas atrás. Nieves vino a hablar conmigo esa misma mañana para decirme que creía que ir lo animaría. La presencia de Kaila lo sorprendió y alegró a partes iguales. Fue la primera mirada cómplice que me dedicó desde que volvimos del hospital.

—Así que, mi mujer lo sabía...

—Me ha costado convencerte, pero no quería aguarte la sorpresa—me excusé.

—Ahora que ya he vuelto, tendremos que quedar más a menudo para ponernos al día—propuso Kaila.

—Sí, claro, cuando quieras.

No me caía mal, de verdad que no, me caía demasiado bien. Era una impresión general y objetiva. Kaila era de esas chicas tan perfectas que dan rabia, que parecían no tener ni un solo defecto y que por culpa de terceros generaba envidias a su paso. Bien, pues ese tercero en discordia era mi suegra que, desde el primer momento, me comparó con ella porque siempre había imaginado que se casaría con Hugo y yo llegué para cambiarle los planes.

—Kaila va a tomar el año que viene el mando de la empresa de su padre cuando se jubile, ha venido antes para formarse, aunque ya era la máxima representante en el departamento internacional, ¿verdad, querida?

—Sí, pero no hablemos de trabajo, ¿qué tal estáis todos? ¿Ha cambiado mucho Madrid? Seguramente ya ni la reconozca. Es probable que me desenvuelva mejor por Londres que por aquí.

Una sonrisa amarga de Hugo nos trasladó a nuestro reencuentro, a su regreso definitivo. No eran tan diferentes. Se movían en los mismos mundos, compartían muchos contactos, habían ido juntos al colegio, al instituto e incluso a la misma carrera. Los padres de Kaila le ofrecieron a Hugo un puesto de trabajo antes de optar por ser mecánico y seguían manteniendo su oferta, aunque él prefería labrar su propio camino sin depender de nadie.

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