¿Por qué asusta tanto?

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Draco sostuvo el anillo de bodas de Astoria entre sus dedos, la fin banda de oro estaba tibia por el largo rato que llevaba frotándola.

Las imágenes volaron a su mente sin que les diera autorización.

Astoria, brillante y sonriente.

Astoria, emocionada como nunca antes el día de su boda.

La primera vez que Astoria puso los pies en la mansión Malfoy.

La esperanza en sus ojos cada vez que lo miraba, y como Draco, impulsado por eso, intentó con todas sus fuerzas verlas con otros ojos, mirarla de la forma que ella quería.

Inevitablemente, posterior a esos, recuerdos más recientes se reproducieron.

Puedo ver a Astoria triste y decepcionada, cansada de esperar por un amor que no llegaba. Porque sí, después de tanto intentar, Draco simplemente se resignó a la idea de que jamás estaría enamorado de esa mujer.

Tantas veces considero pedirle el divorcio. Dejarla libre para que, de alguna forma, encontrara lo que tanto ansiaba y merecía.

Pero nunca lo hizo, tal vez debido al miedo que tenía a la soledad; a verse abandonado por su cuenta una vez más.

Era un maldito egoísta y ahora ella estaba muerta, al igual que su oportunidad de hacer algo por su felicidad también lo estaba.

Sintió un cosquilleo en la nuca. Algo, o mejor dicho, alguien, había traspasado las barreras de la mansión.

Se levantó de inmediato, dispuesto a ver quien era. Solo un Malfoy podría atravesarlas sin una invitación y la idea de que sus padres hubieran vuelto de Francia casi le causaba un ataque de pánico.

Aguardó en el recibidor por unos minutos, a la espera de que sus padres entraran. Pero nunca pasó. En cambio, tres toques vacilantes golpearon la madera.

Alzó una ceja en incredulidad. ¿Como diablos había entrado alguien allí? ¿Había invitado a alguno de sus amigos y no lo recordaba? No, eso era ridículo, habrían entrado por la chimenea.

Abrió la puerta despacio, con la varita sostenida detrás. Solo por si acaso. Mejor tenerla y no necesitarla que necesitarla y no tenerla.

Todo cobró sentido al ver a la persona del otro lado, porque ¿Quién, sino el mismísimo Harry Potter, podría cagarse en unas ancestrales barreras impenetrables que tenían siglos resguardando su casa?

Se tomó un momento para analizar la imagen.

Era un Potter mucho más adulto que la última vez que lo vió, seguía teniendo un extraordinariamente malo gusto para la ropa, pero al menos esta era de su talla; cabello revuelto apuntando en todas direcciones, su cicatriz horrenda, gafas anticuadas y cara de no haber dormido bien en la última década. Todo un regalito para la vista, como siempre.

—¿Potter? —Sus ojos por primera vez se fijaron en el bulto que traía en brazos, acurrucado contra su pecho de manera protectora.

—Malfoy... Hmm... Mira, yo... —Boqueó unos segundo, distrayendo a Draco del bulto que se removía inquieto —¿Puedo pasar?

Draco no estaba seguro de si fue porque traía a un bebé consigo o por lo ansioso y asustado que se veía, pero lo dejó pasar sin hacer más preguntas.

Ya instalados en su salón recibidor, Draco le ofreció un trago, el hombre parecía al borde de una crisis y lo último que él necesitaba era que el héroe del mundo mágico se infartara en su sillón.

—Gracias —Murmuró al recibir el vaso, pero sin hacer ademán de beberlo.

—Entonces... —Inició, al ver que Harry no planeaba decir algo en un futuro cercano —¿Tienes un bebé?

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