Capítulo 1: Primera Interacción

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Las calles de South Park estaban completamente vacías, lo cual era muy extraño en estas épocas.

Era alrededor de las cinco de la tarde. El clima era lo suficientemente decente como para salir a dar un paseo, los descuentos estaban por todos lados, eran vacaciones, además, el hecho de que South Park fuera un pueblo pequeño no significaba que no hubiera una sola alma en las calles, y aún así ¡ni siquiera había autos funcionando!

Las únicas personas que llenaban las calles eran nada más y nada menos que los temidos "Testigos de Jehová"; la leyenda dice que, una vez que uno de ellos te lava el cerebro y te convierte a Cristo, tendrás una vida mortal como cualquier otro de ellos.

Y la verdad es que nadie quería pasar el resto de su vida tocando la puerta de las casas de desconocidos, ayudando a la caridad y sin obtener paga alguna. Los únicos beneficiados al parecer eran los pastores, quienes recibían las ofrendas y las usaban para infundir la palabra del señor... o bien para hacer fiestas con niños y otros pastores.

Eran cinco de ellos; la cantidad suficiente como para que todo South Park se encerrara en sus casas, algunos dejando un cartel en las puertas principales que mencionaban que estaban fuera del pueblo debido a las vacaciones.

Por supuesto, esto no evitaba que las puertas fueran tocadas por los jóvenes y adultos portadores de la Santa Biblia, durando desde 2 a 30 minutos por casa. Eran personas obstinadas en impartir la palabra de Dios costase lo que costase. Minutos que eran eternos para los residentes, el miedo y el pánico incrementaban con cada toque.

Muchos de los poblantes se desesperaban al punto de sucumbir a la tentación de abrir la puerta, lo cual significaba horas de charla que impartían los testigos de Jehová. Así de cabrona era la situación para ellos.

—Qué extraño, ¿por qué ninguno está en casa cuando nosotros tocamos? —Craig mencionó a uno de sus compañeros. Los dos adultos en la misión ya habían conseguido enseñar en al menos diez casas, mientras que los tres jóvenes no habían logrado absolutamente nada.

—Antes de venir a esta práctica, recuerden que lo primero que nos enseñaron fue el ser persistentes -Otro compañero mencionó, obteniendo un asentimiento de cabeza por parte de los otros dos.

Los tres se dividieron luego de esa corta charla.

Craig optó por ir a la casa que estaba frente a él, pues habían caminado desde hace horas y lo único que habían hecho era dar vueltas por todo el pueblo varias veces, por lo que sus pies estaban cansados.

Una vez estuvo frente a la puerta de aquella casa corinta de dos pisos de alto, tocó con la esperanza de que alguien abriera.

Pasaron 3 minutos y nadie abrió.

Carraspeó su garganta.

—Emm, ¿hola? ¿Hay alguien ahí? —Tocó una vez más, empezando a sentirse decepcionado pues no era tan paciente como los adultos experimentados y sus compañeros.

Luego de eso dio media vuelta, a punto de retirarse, hasta que de repente escuchó el ruido de alguien bajando las escaleras con rapidez, sonaba como si fueran cascos de caballo... luego hubo un estruendo, lo que concluyó como que dicha persona no pisó bien un escalón y terminó por caer al suelo... seguido de algunos extraños ruidos de prendas, hasta que finalmente la puerta se abrió, mostrando a un chico de cabello rubio el cual portaba un gran suéter verde olivo y una enorme gorra de un color similar, su apariencia era totalmente desordenada, 'seguramente porque recién acababa de vestirse en lo que bajaba las escaleras' pensó Craig.

¡AGH! ¡L-lamento la demora!

Craig esbozó una media sonrisa. Al fin podría poner en práctica todo lo que le habían enseñado en la iglesia. El momento por el cual se preparó por tantos años...

Carraspeó sutilmente.

—¿Me permites un momento para hablar de la palabra del Señor?

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