Día 3

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Esa mañana despertó más temprano de lo habitual. No había podido dormir bien los últimos días, por lo que no le importó ponerse de pie al poco tiempo que abrió los ojos. Tenía días pensándolo, no le hacía bien estar todo el tiempo en casa. Se dirigió al baño a lavar su rostro y cepillar sus dientes. Se miró al espejo. Sus noches de desvelos ya habían dejado una evidencia amoratada debajo de sus amatistas.

—Me veo fatal.

Suspiró. Sin embargo, eso no la detuvo para tomar la toalla más cercana y meterse a la regadera. No tomó mucho tiempo en terminar de ducharse y secar su cabello para dirigirse al closet a elegir qué vestir. Buscó algo abrigador para los fríos días de enero. Odiaba el frío. Treinta minutos bastaron para que estuviera lista. Tomó su bolso y se armó de valor para salir. Una vez puesto un pie fuera del edificio no dió marcha atrás y caminó lo más rápido que pudo. Temía que sus inseguridades la hiciera dar la vuelta y regresar.

De su boca se podía observar exhalar el aire que expulsaba de sus pulmones en forma de vapor. La punta de su nariz ahora era roja por la baja temperatura. Caminó varias manzanas hasta que sus pasos fueron perdiendo velocidad poco a poco. El frio comenzaba a calar en todo su ser y su cuerpo exigía con urgencia calor. Comenzó a arrepentirse de haber decidido salir ese día precisamente. El ritmo de su corazón se aceleró y sintió cómo un sudor helado escurría por su piel. Un ceño fruncido se dibujó en su rostro mientras su mirada viajaba de un lado a otro de la acera, observando a su alrededor algo que la hiciera dejar de pensar en el intenso frío que la acechaba.

Personas caminando, automóviles, grandes edificios...

—Maldición.

Comenzó a frotar sus manos para conseguir algo de calor en su cuerpo. En su mente ya se atravesaba la idea de volver a casa. Detuvo su andar con la intención de dar vuelta y volver, más su atención por fin logró ser atrapada. Un árbol, con evidencias en sus ramas de la estación del año en transcurso, fue el causante. A su alrededor había un pequeño jardín, decorado aún con detalles de la temporada navideña y de año nuevo, algunas mesas y sillas que se encontraban vacías en ese momento y todo delimitado por una pequeña cerca de hierro forjado. Formaban parte de un pequeño establecimiento que se ubicaba al final de la calle.

Intrigada por tan peculiar escenario, se fue acercando hasta llegar a la puerta principal. El sonido de las campanas al ingresar llegó a los oídos de sus trabajadores, haciendo que su atención se dirigiera a ella, acto que pasó totalmente desapercibido para la joven. Pudo sentir de forma inmediata la calidez que su cuerpo buscaba minutos antes. Satisfecha por la sensación que le brindaba el establecimiento se dedicó a buscar un lugar adecuado para descansar. Lo encontró con un brillo en los ojos, al lado de un gran librero antiguo, con una gran variedad libros que eran de acceso gratuito para los clientes, los cuales comenzó a rozar con la punta de sus dedos.

—Esto es maravilloso.

Susurró mientras tomaba asiento y seguía admirando cada detalle a su alrededor. Una tenue sonrisa se dibujó en sus labios y una sensación de tranquilidad la comenzaba a invadir por dentro.

—Buenos días, bienvenida. ¿Qué le gustaría ordenar para comenzar? 

—Buenos días. Yo...

Titubeó. No sabía que ordenar. Ni siquiera prestó atención en el tipo de establecimiento al que ingresó. ¿Traía el dinero suficiente para costear algo de aquí? La empleada fijó su azulada mirada en ella, entendiendo la situación.

—Oh, ya veo. Lo siento, veo que eres nueva. Espera un momento—la joven dio la vuelta para dirigirse a la barra del lugar, tomar un menú y volver a la mesa para continuar atendiendo—. Aquí está el menú para que conozcas nuestras especialidades.

Nerviosa, extendió sus manos para tomarlo y acercarlo a ella. Para su sorpresa, la cafetería contaba con una amplia variedad de bebidas y alimentos a precios que podía costear en ese momento. Todo un alivio para ella.

Una vista rápida y sabía perfectamente lo que su estómago necesitaba para comenzar el día.

—Un té de lavanda y una pieza de pan recién horneado. Eso me encantaría.

Cuando buscamos la verdadera felicidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora