Día dos.

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Serían las dos de la tarde cuando desperté abrazada a la botella vacía. Probablemente habría dormido como unas ocho horas, cosa que estaría bien sin contar con el sueño acumulado de las últimas semanas. Pese a todo, me sentía bien. No estaba cansada en absoluto. Arreglé el topo mal hecho con el que dormí en el sofá y me dispuse a desayunar una buena taza de té.
Tras el té fui al baño, a lavarme los dientes y a la ducha. Mientras frotaba mis dientes enérgicamente con el cepillo, me miraba al espejo, y las arrugas bajo los ojos acompañadas de un somnoliento color purpúreo seguían ahí pese a mis ánimos.
Dejé el agua fría correr, hasta que salió caliente, qué irónico.
Enjaboné mi pelo y me dio por cantar. 'Hey Jude, don't be afraid. Take a sad song and make it better.' Mi vida era esa triste canción que tenía que mejorar.
Cuando salí de la ducha, envuelta en la toalla, me dirigí hacia la habitación, me puse la ropa interior y me puse manos a la obra.
Saqué la maleta de debajo de la cama y metí la ropa que mejor me hacía sentir, un par de libros y mis CDs favoritos. Salí al balcón en busca de un cactus que compre a una señora en el mercado aquel día.
Saqué un folio en blanco y un bolígrafo negro de la mesita de noche y fui directamente a la cocina. Dejé todo en el suelo y comencé a escribir.

'No es por ti, es por mí por lo que me marcho. No quiero volver a saber nada de ti, de nosotros. Sólo tú has decidido que esto pase. Olvídate de mí.'

Sabía que nadie la iba a leer, y menos él. No volvió a pisar ésta casa desde aquel día, pero necesitaba dejar por escrito que me marchaba para no volver.
No quería entretenerme. Dejé la nota en la puerta de la nevera con un imán y salí disparada de aquel infierno, directa a meterme en el coche, un Seat Ibiza de segunda mano, comprado por mis padres cuando empecé a necesitarlo para ir a estudiar. Tan solo unos meses antes de aquel día había conseguido acabar mi carrera de periodismo.
Dejé las cosas en el maletero y el cactus en el asiento copiloto. Arranqué sin pensarlo dos veces, ¿mi destino? Donde éste maldito cacharro me llevara. La ciudad más cercana, con la gente suficiente como para pasar desapercibida. Al llevar tanto tiempo con las inexistentes ganas de ver la luz del día más que para ir a trabajar en la tienda de ultramarinos de la calle de al lado, tenía en mi cuenta el dinero suficiente como para encontrar un piso pequeño o una habitación de alquiler y un trabajo para pagarla.

Roma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora