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Temo decirte que te amo, que dicha confesión va más allá de algo meramente amistoso o fraternal. Aunque me permito poner en duda estos sentimientos, debido a que puedo llegar a ser un poco ignorante al respecto de los sentimientos que me martirizan el pecho. Pero debo decirte, totalmente apenada de estarlo soltando en palabras; que logras hacer que me sienta perdida, solo sintiéndome en mi hogar cuando me miras con esa adoración que ya es natural, tus ojos volviéndose dulces como la miel mientras yo me derrito, totalmente maleable entre dicha dulzura. Quisiera odiarte por convertir cada pálpito de mi —ya de por sí acelerado corazón— en un eterno suplicio, cada latido resonando doloroso en mis oídos y en mi pecho, y aún así me atrevería a decir que esa incomodidad jamás podría compararse con el inmenso dolor y desasosiego que implica el hecho de que no me ames de la misma forma. Que me quieres, pero no así. Que no soy yo el amor que deseas, y supongo que puedo aceptarlo y vivir con ello, al fin y al cabo sé —incluso de antemano, incluso aunque aún no sucede realmente— que eso dolería mucho menos que vivir sin ti.

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