La Leyenda del Café Alamo

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En el café Alamo del centro de la ciudad existe una leyenda. Se dice que hay ocasiones en qué aparece una silla muy diferente a todas las del lugar, principalmente por qué es de color negro con madera labrada  y todas las demás son de aluminio, acolchonadas de cubierta roja. Felicia no creía en el estás historias y siempre pasaba por la calle del café.

—¡Te digo que es real!— exclamó David; quién confiaba en la leyenda .

—Ay, son tonterías, ¿Cómo puede una silla decidir mi destino amoroso? — inquirió Felicia, que no se emocionaba ni un poco como su amigo de la infancia.

—Tenemos que ir está noche — siguió David animado.

— Sabes, a eso se le llama allanamiento — finalizó la chica — y es ilegal en algunas partes del mundo— el sarcasmo era su caramelo agridulce favorito.

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La noche se hizo presente y Felicia llegó antes que su amigo al café. No había rastro de David, la puntualidad no era su fuerte. Lo que orilló a la chica a pensar en su vida, lo cual odiaba profundamente, no disfrutaba la soledad por qué su mente comenzaba a hojear en sus recuerdos, la secundaria la había pasado muy apenas y en la preparatoria le habían traicionado amores y amigos, no había sido una buena época, estaba decidida a evitar el dolor a toda costa en la universidad recién iniciada.

—Maldito David...— dijo molesta— de seguro se quedó dormido jugando— recogió su mochila— me largo de aquí.

En ese momento un estruendoso chirrido se escuchó dentro del edificio, como si algo viejo y pesado fuera arrastrado. Felicia no pudo ver nada desde fuera y la curiosidad crecia cada segundo. No tardó mucho en comenzar a buscar una manera de entrar, busco alguna escalera de incendios o ventana abierta, tan solo pudo encontrar una puerta trasera cerrada con seguro.

No fue hasta que su ánimo decaia que la puerta se abrió, era como si le hicieran un gran favor desde dentro, pero no sabía si tomarlo como algo positivo o negativo.

—¿Bu...buenas noches? — le hablo a la oscuridad — ¿hay alguien allí?.

Aunque su voz recorrió todo pasillo no hubo respuesta más que la del silencio que yacia dormido en el interior sin molestar. La chica era miedosa; a pesar de no creer en los cuentos chinos que David le contaba con tanta pasión; les temía, pero no creía en ellos.

—¡Ay Felicia!— se dijo mientras entraba— ¿Que estás haciendo aquí?.

No se veía nada, la visión se perdía más allá de su nariz, conocía el establecimiento a la perfección por lo que la oscuridad no era impedimento para que se aventurara. Caminó lento pero seguro, desde el umbral hasta el pasillo, de ahí pasando la puerta de la cocina, girando a la derecha y recto hasta llegar al salón principal.

—Bien, ya estoy aquí — hablo al aire como si esperara que alguna voz familiar le contestará — ¿Dónde está esa silla?— observo con mucha atención cada una de las mesas distribuídas por el lugar.

Anduvo unos pasos, con su ansiedad cada vez más presente, sin tardar tanto en poder vislumbrar una figura peculiar semi-camuflageada entre la noche.

—Te tengo...— exhaló aliviada, mientras admiraba las molduras de la madera— Vaya, si que es bonita— termino a la vez que se sentaba en el lugar.

—No creo que sea posible que en esta hora de la noche el amor de mí vida venga hacia mi como un príncipe al rescate de mi...— se dijo muy desanimada— si... De mi...

Allí, sentada en la oscuridad, gradualmente comenzó a sentir una melancolía la cuál rápidamente se disfrazaba de tristeza. De pronto una lágrima escapaba de sus ojos, solo esto faltaba, que sus emociones la traicionara ahora, como todos lo habían echo. Felicia comenzó a llorar, mientras su mente le jugaba crueles bromas recordando cada ocasión en qué le desgarraban el alma, la pena estrangulaba el corazón y la soledad salía en forma de llanto, abundante, pesado.

Sin embargo, en el fondo, surgía fresca, una paz adictiva que se acrecentó en segundos y con ella una tenue voz calmada emergió detras de su hombro, era aterrador y la chica asustada tomaba fuerza del dolor que aún sentía.

—¿Quien...quién eres?— sollozó Felicia

—No me busques... — la voz en la oscuridad dijo alargando sus palabras.

—No me hagas daño por favor yo no sabía...— fue interrumpida

—Dejalo ir...— continuo el murmullo— respira, escucha...— palabras largas en la oscuridad.

—¿Que hago para callar este dolor para siempre?—inquirio la chica más confiada.

—Escucha...— la voz continuaba, extensa— tu amor verdadero...— seguia— dirá Hola...— se desvaneció después de esto.

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Al día siguiente, la mañana era distinta, no había dolor, en su lugar un aire nuevo se apoderaba de Felicia. Pudo ver a David a lo lejos y nuevamente comenzó a molestarse.

—¡Oye tú!— dijo furiosa— ¡Cómo te atreves a dejarme sola anoche!

Tomo al chico con fuerza; en su amistad de tantos años la rudeza era habitual, dolorosa pero habitual. Sin embargo, entre esa disputa cotidiana, pudo sentir la misma sensación de la noche anterior y lo supo, al escuchar a David.

—Oh vaya, Felicia— sonrío el chico con naturalidad — ¡Hola!

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