CAPÍTULO 2

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- ¡No, no y no! Quiero que me vean bien.- Gritaba Oswald.

- Pero, señor Cabblepot, lo matarán.- Le respondía un Penn preocupado.

- Ay, Penn ¿de verdad crees que esta información no se supo porque yo quería que se supiera?

- No lo entiendo, señor.

- ¡Tráeme a Edward! No pienso dar mi discurso sin él.

- Sí, claro, señor Cabblepot.

Penn abandonó la habitación para traer al nuevo perro de Oswald, al que había llamado Edward, en honor a Ed, por supuesto.

Habían pasado tres largos meses desde que había mandado a curar a su amigo. Esperó que se comunicara con él durante semanas, pero al pasar el primer mes se hizo con Edward – perro- y dejó de esperar. Por mucho que le doliera reconocerlo, siempre iba a estar solo, y aunque él quisiera con todas sus fuerzas que Ed lo considerase un amigo, debía admitir que para él nunca dejaría de ser la persona que mató a su amada Isabella. Y esa era la única razón por la que había decidido pedir que curasen también a Lee.

No sabía que había podido pasar entre Lee y Ed, pero sabía que estaban juntos – muy a su pesar-, y no quería que Ed volviera a sufrir la pérdida de un ser amado.

Sobre la información que se había filtrado, pues no era del todo cierto que lo hubiese planeado ¡pero iba a aprovecharlo! Obviamente no se iba a quedar de brazos cruzados, mucho menos iba a huir. Tenía el dominio de gran parte de la ciudad, ya que era el único que fabricaba balas y armas en toda la ciudad. Llevarse unas ganancias era algo perfectamente legal, por mucho que Gordon le reprochara. Quizá sus precios fueran algo elevados y, sí, quizá se había aprovechado un poquito de la situación, pero eran negocios después de todos.

Nadie sabía el verdadero alcance de su riqueza, así que ya tenía previsto un discurso. Debía ganarse a la gente de Gotham, de nuevo y, a su vez, al capitán Gordon.

- ¡Toc toc!

Era una voz femenina que le resultaba muy familiar y, a su vez, algo molesta.

Se dio la vuelta rápidamente y vio a la pequeña – ya no tan pequeña- gata callejera.

- Oh por dios ¿quién te ha dejado entrar? Lárgate de aquí, estoy preparando mi discurso.

- Ya, como si no improvisaras...- Murmuró ella.

Oswald se acercó a la joven.

- Si no te largas ahora mismo mandaré a alguien a que te raje esa bonita cara.

- Oh qué miedo.- Espetó ella con sarcasmo.

- Está bien, dime qué quieres antes de que se acabe mi paciencia.

- Necesito tu ayuda.

Él enarcó una ceja y miró a la joven esperando a que se explicara. Ella lanzó un largo suspiro y tomó asiento, poniendo sus piernas sobre la mesa.

- Nadie te ha invitado a ponerte tan cómoda.- Le espetó él.

- Verás, he oído ese rumor que corre por ahí sobre tus bienes.

- No voy a darte nada.

- ¿Y si te digo que tengo algo que podría interesarte?

- Lo dudo.

Selina apartó los pies de la mesa y apoyó sus codos sobre la mesa, mientras miraba fijamente al hombrecillo.

- Edward Nygma.- Dijo ella lentamente para que escuchara bien lo que decía.

El enigma del amor al pingüinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora