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╰────────────────➤[La biblioteca maravillosa]




















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—¿Crees que pueda recuperar mis ganas de escribir? —le preguntó Elena a Klaus.

—Sí, sin... —Klaus no pudo continuar.

—¿Eres escritora? —le preguntó el Conde Olaf a Elena.

Ella solo pudo asentir con la cabeza.

—Lo es y una muy buena —comentó Violet con seguridad.

—Ya dejen de tirarme flores, chicos.

Yo no sé si se habrán dado cuenta, pero a menudo las primeras impresiones son absolutamente equivocadas. Por ejemplo, puedes mirar un cuadro por primera vez y que no te guste nada, pero, después de mirarlo un rato, te puede parecer muy agradable. La primera vez que pruebas el queso gorgonzola te puede parecer demasiado fuerte, pero, cuando eres mayor, es posible que no quieras comer otra cosa que queso gorgonzola. A Klaus, cuando nació Sunny, el bebé no le gustaba lo más mínimo, pero, cuando tuvo seis semanas, los dos eran uña y carne. Tu opinión inicial acerca de casi cualquier cosa puede cambiar con el paso del tiempo.
    
Me gustaría poder decirles que las primeras impresiones de los huérfanos acerca del Conde Olaf y su casa fueron equivocadas, como suele ocurrir con las primeras impresiones. Pero estas impresiones —que el Conde Olaf era una persona horrible y su casa una deprimente pocilga— eran absolutamente acertadas. Durante los primeros días de la llegada de los huérfanos a la casa del Conde Olaf, Violet, Klaus, Sunny y Elena intentaron sentirse como en su casa, pero fue imposible. A pesar de que la casa del Conde Olaf era bastante grande, los tres niños fueron instalados juntos en un dormitorio asqueroso, que solo tenía una cama pequeña. Violet y Klaus se turnaron para dormir en ella, de modo que cada noche uno de ellos estaba en la cama y el otro dormía en el suelo de madera, y el colchón era tan duro que se hacía difícil decir cuál estaba más incómodo. Violet, para hacerle una cama a Sunny, arrancó las cortinas que colgaban de la única ventana del dormitorio y las amontonó, formando así una especie de colchón, justo lo bastante grande para su hermana. No obstante, sin cortinas en la ventana de marco agrietado, el sol entraba por la mañana, y los niños se levantaban todos los días temprano y doloridos. En lugar de armario, había una gran caja de madera, que antes había contenido una nevera y que ahora servía para que los niños guardasen apilada toda su ropa. En lugar de juguetes, libros u otras cosas para que los jóvenes se entretuvieran, el Conde Olaf les había proporcionado un montoncito de piedras. Y la única decoración de las desconchadas paredes era un cuadro enorme y horrible de un ojo, que hacía juego con el del tobillo del Conde Olaf y todos los de la casa. Elena dormía en una habitación diferente, alejada de los hermanos, pero corría con la misma suerte que ellos.

Pero los niños sabían, como estoy seguro de que ustedes saben, que los peores sitios del mundo se pueden soportar si la gente que allí habita es interesante y amable. El Conde Olaf no era ni interesante ni amable; era exigente, enojadizo y olía mal. Lo único bueno que se podía decir de él era que no estaba demasiado a menudo en casa. Cuando los niños se levantaban y sacaban sus ropas de la caja de la nevera, entraban en la cocina y encontraban una lista de instrucciones que el Conde Olaf, que a menudo no aparecía hasta la noche, les había dejado. La mayor parte del día la pasaba fuera de la casa, o en la torre, donde los niños tenían prohibido entrar, solo Elena tenía la obligación de ir, pero solo para escribir un tonto y siniestro libreto que el mismo Olaf le obligaba a escribir. Las instrucciones que les dejaba eran a menudo tareas difíciles, como volver a pintar el porche trasero o arreglar las ventanas y, en lugar de firmar, el Conde Olaf dibujaba un ojo al pie de la nota.
    
Una mañana su nota decía: «Mi grupo de teatro vendrá a cenar antes de la actuación de esta noche. Tengan la cena lista para los diez a las ocho en punto. Compren la comida, cocinen, pongan la mesa, sirvan la cena, después limpien todo y mantenganse alejados de nosotros». Al pie había el ojo de costumbre y debajo de la nota una pequeña suma de dinero para comprar la comida.
    
Violet, Klaus y Elena leyeron la nota mientras intentaban comer su desayuno, que consistía en una harina de avena grisácea y llena de grumos, que el Conde Olaf les dejaba cada mañana en un cazo grande en el hornillo. Se miraron consternados.

Voices #1 (USDED) ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora