La confianza es una mierda cuando no está puesta en la persona o cosa indicada. El punto es que por más que una persona te demuestre lealtad, nunca confíes a ciegas en ella.
Ya te dije, la confianza es una mierda.
Ella se dio cuenta de esto cuando sus piernas le flaquearon y sus pasos dejaron de ser con ese garbo que a él lo enloquecía.
—¿Qué -qué sucede?
John abrió muchos los ojos y le quitó el vaso del que ella pensaba volver a tomar. Se arrepentía de cada cosa en ese instante y maldijo el mundo entero por aquella fechoría. La tomó en sus brazos.
—Te llevaré a casa.
Desde el punto de vista de Insley, no había nada malo. El problema fue cuando la necesidad se instaló en ciertas partes de su cuerpo y, ya en el coche del padre de John, quería acercarse como nunca a él.
—¿John? —habló dándose aire levantando y subiendo el abrigo. Él se tensó en su asiento, entendía gravemente las veces que sus amigos le hablaban de no querer mirar y que la tentación girara tu cabeza—, ¿podríamos detenernos?
—No. —Gruñó ya malhumorado, con un dejo tan cerril que Insley cerró la boca.
Sin embargo, la necesidad puede más que la racionalidad. Insley acercó su rostro al hombro de John y apoyó su mejilla ahí. Vislumbró el brazo con el que no apretaba el volante, nunca se había dado cuenta de lo sensual que era él tomando el control de un coche solo con una mano. Trazó el camino de su brazo desbordada en la lujuria a la que se sometían sus venas y terminó en su pierna, subiendo.
Los pelos de John que estaban erguidos con solo tenerla a su lado, ahora, con ese tipo de recorrido, solo digamos que no era exactamente los pelos solamente que tenía elevados. Apartó su mano en un santiamén y volvió su vista a le calle.
Insley rio, el sonido de su risa se estrelló en sus tímpanos y mandó una sensación agradable a sus terminaciones. Levemente John tembló, no sabía qué hacer ni cómo abordar la situación.
Insley no volvió a hacer nada, algo raro crecía en su interior.
—Buenos noches, señora —habló con la madre de Insley cuando esta le abrió la puerta. La señora dio un respingo al ver el sudor que encerraba a su hija.
—Pero...
—No se preocupe, yo la llevo.
Subió hasta su habitación y la dejó en su cama, caminó hasta el baño, tomó un toalla y humedeció su piel. Le quitó las zapatillas y se vio tentado a quitarle el abrigo.
—Puedo...el abrigo...¡Ay! —Insley lo jaló hasta básicamente machacar sus narices.
—No te atrevas a ponerme un dedo, pervertido. —Y con esto lo empujó hacia atrás. Se retorció entre la necesidad, pero sentía rabia hacia él.
John salió y cerró la puerta detrás de sí. Maldijo una vez más antes de bajar peldaños.
ESTÁS LEYENDO
Un mundo para los dos ✔
ContoNada más que su silencio Nada más que su sonrisa Nada más que aquel hoyuelo Y risas desmedidas (Cortita y terminada S/16/07/22)