PRÓLOGO

555 49 4
                                    

—¿Elena? ¿Estás despierta?—su dulce tono de voz junto el suave movimiento que su mano hizo en mi hombro hicieron que me removiera en mi cama, intentando luchar contra la pesadez de mis párpados—Vamos, sé que estás despierta—esta vez su voz adoptó un tono más fuerte pero empezando a ser risueño. 

Intenté contener la risa cuando sentí sus dedos picarme en las costillas, apreté los labios en una línea fija justo cuando él empezó a hacer una voz graciosa que sabía que tarde o temprano que haría reír. 

—¡Para! ¡Estoy despierta!—grité entre risas a la vez que sentía lágrimas bajar de mis ojos. Con mis manos intenté apartar las de él, pero la tarea era difícil. 

Él paró pero sin borrar su sonrisa, al igual que yo hace minutos atrás estaba riendo. Me incorporé soltando un suspiro cansado, aunque manteniendo mi sonrisa también.

—Buenos días, pequeña borreguita—dijo papá dándome un beso en la frente. 

—Buenos días, papi—mis pequeños brazos rodearon su cuello mientras lo saludaba. 

Por la puerta de mi habitación entró mi madre con una sonrisa y con ella un delicioso aroma a pastel de chocolate. Extendió sus brazos hacia mí haciendo que mi padre me alce para llegar con ella. Me estrechó entre sus brazos mientras me daba muchos besos por mi rostro. Al final me dejó en el suelo para después tomar mi mano y llevarme al comedor. 

—¿Cómo te sientes, pequeña?—preguntó ella mientras me servía mi desayuno—¿Ya no haz tenido pesadillas? 

Papá se sentó en la silla frente a mi y mirándome expectante, con una sonrisa pero a la vez mostrando la preocupación en sus ojos.  

Me acomodé en mi asiento sintiendo un dolor algo molesto en mi estómago, sabía que era de miedo. Desde que había cumplido tres años había sido víctima de constantes pesadillas donde la sangre era protagonista, cuerpos mutilados y gritos de dolor también eran participes de ellas. Pero, de entre todo eso, lo que más terror me causaba era aquella voz siniestra que siempre me hablaba en ellas, incitándome a cometer esos actos deshumanos. Todas las noches desde hace cuatro años atrás despertaba a mis padres debido a mis llantos y gritos desesperados, intentando despertar. 

Los doctores del Arca me habían diagnosticado con que sufría de "terrores nocturnos", les habían dicho a mis padres que no debían por qué preocuparse, ya que era normal que los niños de tres a siete años de edad sufrieran de ellos. Lo normal era que los olvidara al despertar y por eso muchas veces me sentía desorientada, pero la verdad es que yo nunca olvidaba esas pesadillas. 

—No, mamá. No he soñado nada—contesté frunciendo el ceño ligeramente, sintiendo un extraño cosquilleo en mis manos. Inconscientemente empecé a rascarme las palmas con mis uñas. 

Hace una semana había tenido una pesadilla tan real y fuerte que la doctora Girffin junto a sus colegas habían optado por dejarme en observación unos días. Apenas ayer regresé a casa. 

—Cariño he te dicho que cada vez que te salga la alergia no te rasques—llamó la atención mi madre haciendo que deje de rascarme con una mirada apenada. 

Mi padre suspiró haciendo que ambas lo volteemos a ver. Su rostro, al igual que el de mi madre, estaba cansado. A pesar de eso sonrió intentando demostrar que todo estaba bien. 

—Mi madre me ha dicho de una remedio que podría ayudarle con eso—dijo él poniéndose de pie, ignorando la mala mirada que mi mamá le había dado—Ahora regreso. 

Se despidió de ambas con la mano y salió de nuestra casa dejándonos en silencio. Miré a mamá quien se dio media vuelta para empezar a limpiar la cocina, yo me puse a comer mi desayuno. Por un rato ninguna dijo nada, hasta que yo hablé soltando la duda que tenía desde hace días. 

TENEBRIS | BELLAMY BLAKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora