𝐄𝐩𝐢𝐥𝐨𝐠𝐨

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«𝐄𝐥 𝐞𝐦𝐩𝐞𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐥𝐨𝐫𝐨 𝐬𝐚𝐧𝐠𝐫𝐞»

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Cuando Claude abre los ojos, puede notar que está en una vieja habitación, no la reconoce, pero piede notar montones de libros en una esquina, acomodados perfectamente en tres pilas, la cama donde está tiene sanadas de colores claras y un edredón de color rosa oscuros, o al menos eso quieren pensar. El techo está desgastado, y las cortinas que llegan a su vista, son de color claro.

La luz del día le molesta los ojos, su cabeza duele y su garganta quema, ¿Cuánto tiempo estuvo gritando? No lo sabe, pero si recuerda claramente algo, o más bien, a alguien.

Espero que su majestad pueda amar a este niño, como me ama a mí.

Diana, esa era la voz de Diana y de ese recuerdo perdido, viene el más doloroso.

Athanasia.

Los recuerdos comienzan a llegar a él otra vez, como aquel día en el evento del palacio diamante.

Su hija, la niña a la que había matado a sangre fría, a la que había abandonado y tirado a la basura como si fuera algún tipo de juguete.

Sacude la cabeza, ya no puede más, la necesita, quiere de vuelta a su hija, cierra los ojos con fuerza y simplemente el recuerdo de una niña de nueve años llega a su mente, su dulce mirada llena de brillo, llenos de inocencia pura, inocencia que él se había encargado de destruir.

La recuerda claramente, su pequeña hija se debió de haber sentido atraída por la música y las luces y él, él solo fue el maldito dolor y sufrimiento de su amada hija, el regalo que Diana le dejó antes de morir, su victoria

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La recuerda claramente, su pequeña hija se debió de haber sentido atraída por la música y las luces y él, él solo fue el maldito dolor y sufrimiento de su amada hija, el regalo que Diana le dejó antes de morir, su victoria.

Recuerda su brillante sonrisa y esos hermosos ojos llenos de amor. ¿Cómo pudo lastimarla así? ¿Cómo lo permitió? ¡Ella era inocente! Y él... Él era el culpable de todo, de todo el sufrimiento de su hija.

Llora sobre la almohada, una que tiene un casi inexistente olor a rosas, un olor tan peculiar y hermoso que lo vincula inmediatamente con la menor. Sus ojos pican, las lágrimas vuelven a llenarse en sus ojos, ¿Por qué? ¿Por qué el maldito destino se la quitó? No lo entendía, pero al mismo tiempo sí. Él no era el padre ideal, es más, ni siquiera sabía porque había logrado ser padre, talvez el deseo de Diana de ser madre había sido muy fuerte y por eso Atahanasia había llegado al mundo.

La almohada se llena de lágrimas y solo puede aferrarse a ella aún más. Lleva la misma ropa que ese día, el peor día de su vida y el último donde dejaba que su estupidez lo gobernara, las ropas reales están manchadas de sangre seca y hay leves manchas de mugre por haber sido arrastrado por los suelos. Aún está incrédulo, se niega a creer que su hija había muerto por su mano, pero había pasado; ya no la tenía en sus manos, ya no la volvería a ver, ni a ella ni a su sonrisa tan hermosa, ya no le quedaba nada, había fallado.

𝐄𝐥 𝐏𝐫𝐢𝐧𝐜𝐢𝐩𝐞 𝐃𝐞 𝐀𝐭𝐡𝐚𝐧𝐚𝐬𝐢𝐚¹ «𝐏.𝐄»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora