1 || Infierno

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No es que le importara, pero sí.

Evan miró hacia los jardines del castillo y se quedó admirando el cielo azul, apenas matizado con nubes semitransparentes.

Barty se removió.

−¿Cómodo? −Evan susurró, mientras aflojaba un poco el agarre de sus brazos para permitir que su novio se acomodara mejor.

Barty asintió.

−Tengo asco −musitó, quedo.

Claro que lo tenía. Los señor Crouch habían estado intentando una nueva terapia, algo que les habían ofrecido furtivamente en los pasillos de San Mungo y que les juraron que −esta vez− surtiría efecto. Aunque, claro.

−¿Quieres que vayamos al baño? −Evan preguntó, pero Barty solo negó con la cabeza.

−No tengo nada que pueda vomitar ya −dijo−. Mi boca sabe a rata muerta.

Y, aunque esa una extraña manera de decirlo, Evan comprendió. Sus ojos se posaron en el cielo de nuevo. El clima del lugar era agradable por una vez, el viento mecía los árboles en los amplios terrenos.

−¿Qué fue lo que te hicieron? −Evan musitó, luego de un momento. Y es que, sin importar cuánto lo odiara, él siempre (siempre) quería saber−. Me refiero a, esta vez... −aclaró− ¿Qué fue lo que te hicieron? −y durante un largo segundo no hubo respuesta−. Esta bien si no quieres decirme −agregó cuando el silencio se hizo demasiado largo.

Barty se removió. Su cuerpo dolía y las malditas nauseas no se iban por más que tragara.

−¿Has escuchado de la magia basada en la electricidad? −preguntó a Evan sin abrir los ojos. Esto no era la gran cosa para él o, al menos no lo sería si pretendía que no le importaba−. Si no es así, considérate afortunado. Esa cosa es una mierda.

Y Evan solo se limitó a asentir. Él sabía que, mientras crecía, los Crouch habían sometido a su hijo a toda clase de tratamientos en espera de poder controlar sus tendencias oscuras. Sin embargo, en opinión de Evan, ellos solo no querían ver la verdad; Barty era un maldito psicópata. O sociópata, tal vez. Irónicamente, los muggles sabían de eso.

−¿Fue peor que la magia por sangre? −preguntó.

Barty apenas hizo un gesto, sopesando.

−... la verdad, es que no −concluyó−, pero, duele más −dijo antes de soltar un bufido, burlándose de sí mismo al recordar algo− ¿Puedes creer que terminé por rogarle a mi padre que se detuviera? Incluso grité −río−. Patético.

Pero, a Evan no se lo parecía. De todas las −variadas y no siempre pintorescas− cosas que Barty seguido se le figuraba, patético nunca era una de ellas. Menos aun por algo así. Sin embargo, antes de que Evan pudiera decir algo, Barty le quitó importancia.

−Igual, mamá lloró más que yo −escupió, indiferente−. Me pregunto qué es lo que hará el día que le saque los ojos; después de todo, llorar es lo único que sabe hacer.

Evan estuvo de acuerdo, aunque sabía que, por más enfermo que estuviera, Barty nunca podría hacerle algo como eso a su madre aun y si, en opinión de Evan, lo merecía. 

Frente a ellos, el área del jardín lucía solitaria, salvo por un par de alumnos. Los Crouch habían explicado la ausencia de su hijo durante una semana entera alegando que había estado enfermo de una clase extraña de viruela que preferían tratar en casa.

Y, vaya que lo hicieron.

−¿Estuviste atado? −Evan preguntó al notar las marcas en las muñecas de Barty, al tiempo que el otro par de idiotas en los jardines comenzaban a jugar con un balón encantado.

Recuerdos de un Slytherin || One-ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora