El prólogo

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Cuando comenzamos una historia normalmente usamos "Érase una vez", "Hace mucho tiempo", no concretamos una fecha en la que podemos situarnos, tal vez para no confundirnos, tal vez para que nada nos parezca imposible, tal vez solo para volar nuestra imaginación. Tristemente, mi comienzo tiene fecha, tiene día, mes y hora, tiene un momento exacto en el que pudo no haber ocurrido nada, pudo haberse cambiado la historia o tal vez fue el comienzo de una historia que no supe continuar.

Domingo 15 de mayo a las 12:36 de la mañana, fue exactamente el momento en el que comenzó mi prólogo, el momento en el que descubrí que todo en esta vida está formado de decisiones y no coincidencias.

Tal vez si no hubiese girado la cabeza ligeramente a la izquierda nada hubiese pasado, tal vez si mi paso hubiese sido más lento la historia sería distinta, tal vez si otra canción sonase por mis auriculares todo seguiría igual. Tal vez nunca me hubiera adentrado en el ojo de la tormenta, pero no fue así y lo primero que podemos hacer tras tomar una decisión incorrecta irreversible es lamentarnos, lamentarnos hasta que deje de doler.

Era una mañana bastante calurosa teniendo en cuenta que todavía no era verano, el sol brillaba por encima de las nubes ocultas que se acercaban caminando en sentido contrario por esa ancha calle en la que me encontraba. Me encontraba tarareando la música que llevaba siempre conmigo en los viejos y anticuados auriculares, marcando el ritmo de aquella canción con los pies sin preocuparme siquiera por las miradas que recibía de las personas a mi alrededor.

Mi ojos se dirigieron a las dos ardillas que peleaban de forma agresiva en la copa del árbol que se encontraba a mi izquierda, saqué el lápiz. En cuestión de segundos este se encontraba corriendo por encima del papel, trazando líneas serpenteantes que dibujaban la curiosa imagen que se hallaba frente a mis ojos, aún con la música en mis oídos sentí el tacto de una mano en mi hombro derecho.

Ahí estaban, las nubes, unas nubes preciosas que no parecen ser una amenaza a simple vista. Ahí estaba, el peor de los ángeles caídos, vestido de uno blanco.

Observé con cuidado sus pecas, luego sus ojos oscuros, después su pelo rubio y los hoyuelos que sobresalían en los laterales de sus labios. Era precioso, y eso me engañó, me adentró a la tormenta de arena y esta me cegó por completo. Su voz dulce y amable me clavaba cuchillos en el pecho, su mirada atenta y creativa me mareaba, sus incontables pecas me tenían completamente atrapada.

Esperé a que hablase mientras luchaba por apartar la mirada, pero no, tras unos minutos en los que el silencio era nuestra única compañía conseguí apartar la mirada de sus ojos de forma poco veloz, sintiendo que al hacerlo no volvería a mirar a unos ojos mejores.

-Perdone-me quité los auriculares para escucharlo mejor- ¿Qué canción escucha?

Parpadeé dos veces seguidas, me volví a colocar los auriculares y continué dibujando bajo la atenta mirada del sujeto de mi derecha. Por muy bella que sea la imagen que tengo frente a mí no tolero las interrupciones, menos cuando estaba dibujando o escribiendo.

-Umm...No me tome el pelo por favor.

Miré de nuevo al lugar en el que las ardillas estaban anteriormente para descubrir una imagen totalmente vacía, suspiré con los ojos cerrados y decidí guardar mi libreta de nuevo en mi mochila sintiendo todavía la presencia del chico a pocos metros de mí.

-Si no le importa- dije mientras me colocaba de nuevo la mochila sobre mi hombro y me dispuse a continuar con mi camino- tenga una buena mañana.

Traté de continuar con más prisa que antes mi recorrido por las calles mientras el chico me seguía el paso, aceleré. Caminé más rápido entre callejones deseando poder perderle de vista en alguno de ellos, no sucedió. Entré por fin a la cafetería a la que me dirigía desde el comienzo de mi paseo y saludé un tanto nerviosa al dueño como cada domingo por la mañana y me senté de forma brusca en la mesa que frecuentaba. Alguien se sentó enfrente.

-He visto que dibujas, yo también lo hago ¿Vas a la escuela de dibujo? ¿Puedo ver tu cuaderno?

Ignoré de nuevo al sujeto mientras trataba de seguir con el boceto incompleto de los dos animales, el chico comenzó a observar fijamente el dibujo mientras continuaba hablando, subí el volumen de la música.

-¿Lo de siempre? Oh, vienes con compañía hoy- dijo el camarero de pelo castaño mientras mí no deseado acompañante sonreía mostrando los dientes.

-Lo de siempre Mario, ¿podrías hacer algo con este chico? Lleva siguiéndome desde la avenida y no le conozco de nada, creo que está borracho o loco.

-No no, no nos alarmemos, estoy perfectamente, señor ¿Mario?

Miré de nuevo al sujeto de pelo claro y levanté una ceja mientras comenzaba a recogerme el pelo y continuar escribiendo en el ordenador que traía en la mochila.

El chico se quedó, apareció ahí el siguiente domingo, y el siguiente, y el siguiente y así durante semanas. Siempre igual de insistente y molesto, siempre sentándose en la misma mesa, siempre actuando como si fuéramos íntimos amigos y no solo dos extraños que compartían la música y el dibujo.

Con el tiempo se ganó a Mario, se ganó al resto de la plantilla, se ganó al dueño de la pequeña cafetería, después al de la academia, se ganó a la profesora que sorprendentemente compartíamos en la escuela de arte y música y con el tiempo a mí también. Y ese fue mi error, deje entrar a un completo desconocido y no poner más que algunos obstáculos fáciles de derribar. Pero hubo un peor error, uno que hasta hoy arrastraba, uno que sé que se va a quedar. Y es que el peor error de todos es que me arrepiento de no arrepentirme.

Me arrepiento de desear aún que el domingo siguiente aparezca en la mesa de la cafetería, me arrepiento de haber caído tan fácilmente ante esos ojos oscuros y desde luego me arrepiento de no haber sido capaz de pasar página, de haber tenido que retener mis errores en esta historia y de no haber hecho que este prólogo crease tras él un epílogo.

Y lo que antes era incómodo se volvió un hábito, y quien antes me parecía extraño se convirtió en alguien interesante, y lo que antes era molestia se volvió atracción. Y ahí estaba sin darme cuenta, en el centro de la tormenta.

Ahí estaba sin darme cuenta, sintiendo las pequeñas gotas caer sobre mí, y fue solo entonces cuando decidí adentrarme más profundo sin si quiera un paraguas. Y fue solo entonces cuando comenzó otro capítulo.

Mi punto de vistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora