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Damiano

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Damiano

A pesar de que me despertaron con gritos, estruendos, llantos y muchos más gritos. No comencé mi día con un mal ánimo. De hecho, estaba mucho más apacible que en otras ocasiones, menos irritable. Me siento bien, como con la sensación de tener un buen presentimiento.

Tranquilidad, esa que sientes cuando sabes que estás haciendo las cosas bien.

Al salir al jardín para desayunar me encuentro con las personas más ruidosas que he conocido en mi vida.

Mi familia, claro.

Somos sicilianos, pesé a que yo y mis primos nos fuimos con diez años a América, nuestras raíces seguían arraigadas a nosotros cuando regresamos a los veintitantos, por lo que las reuniones familiares son habituales.

También, es que somos una pandilla bastante numerosa e intenté alejarme un poco en busca de paz, comprándome una nueva propiedad para mí solo aquí en Nápoles, pero ellos también dejaron Sicilia y pese a tener su propia guarida, cada mañana aparecen y se quedan hasta la noche. A veces duermen en habitaciones que tomaron como suyas.

«¡Qué pesadilla!».

Ahora mismo, estoy en la cabecera de la mesa tratando de digerir mi comida, pero si al hablar, el volumen que utilizan es demasiado elevado, al gritar es mucho más desagradable.

—¡Te dije que la dejaras en paz! —Le grita mi hermana Lucy a Carlo, que está bastante divertido burlándose de mi otra hermana, Isabella.

—Ay, vamos, que deje de ser una mojigata. Ya tiene veintitrés y estos temas son de lo más normales —responde mi primo con una media sonrisa mientras se lleva un palillo a la boca y lo mastica como siempre acostumbra a hacer.

Las ojeras acentuadas que tiene bajo sus ojos marrones me indica que estuvo de fiesta por la noche.

Isabella sin quitarle sus ojos ambarinos de encima, alza lo que creo, son unos panecillos fritos, y se los arroja con fuerza. Debo decir que estoy impresionado. Ella siempre es demasiado callada, recatada y absolutamente inofensiva como para actuar de esa manera.

—Isabella, ¡Dios mío! —chilla mi madre llevando sus dedos a las sienes y yo busco la manera de concentrarme en el periódico que tengo en mis manos.

La brisa veraniega agita el follaje de los arboles y si estuviese solo, podría disfrutar del aroma de los gigantes sicomoros en mi amplio jardín o el sonido relajante que producen las hojas que chocan entre si.

Pero no, estas personas no me dan espacio ni siquiera para respirar.

—Madre dile que me deje en paz, por favor —pide taciturna Isabella y mi madre cierra los ojos, buscando paciencia.

—Vamos, Isa, no te enojes —pide Carlo, divertido y busca en la mesa una aceituna que se lleva a la boca sin importarle que al hablar, enseñe lo que mastica—. Solo te doy consejos para ser una buena esposa. Todos sabemos que no tienes experiencia en el asunto.

Nunca fue tal realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora