Hundido en un pozo profundo

III: Sentado al borde del pozo con una pierna colgando

Para protegerse del enemigo invisible que habitaba sus recuerdos, rodó a un costado, dándole la espalda al pozo. Abrazó sus rodillas y trató de respirar hondo otra vez...

—Todo eso es parte del pasado —se decía—. "Ellos" ya no me harán daño. Ahora que todo el mundo lo sabe, ya no les permitirán volver aquí.

Pero, sabía que sus compañeros de facultad creían que él tampoco debía estar ahí. Lo sabía por las miradas que le lanzaban cuando caminaba por el pasillo, por el modo es que se apartaban de él para evitar tocarle, por sus susurros cuando creían que no les escucharía.

Aunque casi todos le trataban como si él también fuera el culpable, él estaba seguro de que no lo era, de que no había tenido la culpa de nada. Los culpables habían sido expulsados y él había pasado unas semanas en el hospital...

Aquella noche, había entrado al salón del club como un cordero al matadero, totalmente ignorante del juguete en el que se iba a convertir horas más tarde, sin gritos, sin que el guardia se enterara, sin nadie que le defendiera...

Lo único que él había querido era tener amigos, volverse amigo de aquel grupo de chicos mayores tan geniales y populares que, sorprendentemente, se habían mostrado simpáticos con él desde principios de año.

Nunca sospechó que su "bienvenida al grupo" se trataría de algo así... De haberlo sabido, habría corrido lejos, lejos de su facultad, lejos de la universidad, lejos de ellos; se habría encerrado en su pequeño departamento y se hubiera ido a la cama, con la luz encendida y protegido bajo sus colchas, y quizás habría llamado a sus padres o a algún amigo, aunque no tenía amigos, para pedir ayuda...

Pero no, él acabó desnudo sobre aquel frío piso de cemento, completamente rodeado por dibujos extraños hechos con tiza y por chicos excitados que cada vez apretaban más el círculo en torno a él... Cuando empezó la oscura ceremonia nadie escuchó sus débiles gritos pidiendo auxilio. Le habían amordazado.