VI: ¿Qué más da? ¡Tírate al pozo!

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No tuvo que esperar mucho hasta verlo ya que el recién llegado se había detenido frente a él, al pie de un árbol y sin tratar de ocultarse.

Era Manuel, el delegado de los estudiantes de octavo ciclo y una de las pocas personas que no le miraban con desprecio.

—¿Qué haces ahí, Sebastián? —le preguntó Manuel frunciendo el ceño.

Sebastián se puso de pie de un salto, bastante avergonzado.

—Está prohibido entrar al bosque, deberías saberlo —continuó Manuel—. Ahora que te he descubierto, no puedo permitir que sigas aquí. Debo llevarte a Dirección de escuela para que te reprendan.

—Lo siento —se disculpó dándole una última mirada a su pozo.

—Esto no es de mi agrado, muchacho, pero sabes que no puedo pasar por alto algo así.

—Lo sé.

Caminó obedientemente en dirección a Manuel, pero, cuando llegó a su lado, el delegado lo detuvo.

—Quizás no te delate.

Manuel caminó hacia el pozo y trató de ver el fondo.

—Supongo que un lugar como este es lo bastante tranquilo para desahogar tus penas.

No respondió.

—Hey —dijo el delegado volviéndose hacia Sebastián—. De todos modos, tendré que buscarte un castigo, ¿sabías?

El chico asintió y murmuró:

—Está bien.

—Este es un buen lugar —susurró Manuel acercándose demasiado a él—. Es tu lugar favorito, un lugar apartado y silencioso, donde nadie puede oír lo que hagas.

Una alarma se encendió en su pecho. Algo iba mal...

—E... espera un segundo —murmuró con un hilo de voz, sintiendo como sus piernas perdían la fuerza—, ¿qué haces tú aquí?

—Aún no aprendes, ¿verdad?

—No... no lo entiendo.

—No podía perderte de vista, Sebastián. Nunca. Desde antes de que ocurriera eso, hasta ahora, te he tenido marcado.

Sebastián retrocedió violentamente, pero Manuel fue más rápido y, abalanzándose sobre él, lo tumbó boca arriba al suelo.

—¡Por favor, no me hagas daño! —gritó reviviendo los miedos de esa noche.

—Silencioso y oscuro, sin que nadie lo escuche, ¿no era esto lo que querías desde un principio? ¿Acaso no era eso lo que querías aquella noche? —preguntó Manuel desabrochándole el primer botón de la camisa e inmovilizándole con las piernas.

Cuando Manuel acercó su rostro al suyo, el chico abrió la boca e impulsando su cabeza hacia adelante, le mordió la nariz.

Manuel gritó de dolor y le soltó.

Sebastián le metió un rodillazo en la entrepierna y rodó a un costado. Luego, tambaleándose, logró ponerse de pie.

Cuando se disponía a correr, una mano aprisionó su tobillo y le hizo caer.

Pelearon en el suelo, ensuciando su ropa con barro y hojas, entre la hierba y los espinos, aplastando a la colonia de hormigas y espantando a la lagartija, sin que nada les importara ya más que ganar la pelea. Aquello se había convertido en una cuestión de vida o muerte. Sebastián trataba por todos los medios de librarse de Manuel, pero Manuel le inmovilizaba con las piernas y los brazos. Manuel era mucho más fuerte que Sebastián.

—¿Por qué te resistes? —preguntó Manuel jadeando de un modo extraño, como si aquella lucha le divirtiera.

—¡No creas que dejaré que me hagas daño! ¡No lo permitiré nunca más!

Cuando Sebastián logró por fin darle una patada en el estómago, Manuel le soltó por segunda vez. El chico corrió hacia el lugar por el cual había entrado al bosque, tambaleándose, con la ropa desgarrada, sucia, llena de barro, hojas y hormigas muertas, pero libre de las garras de Manuel.

¡Había vencido! ¡Había demostrado que no era ni un "puto" ni un cobarde! Esta vez correría en busca de ayuda y no tendría que sentirse culpable nunca más, esta vez se sentiría orgulloso de sí mismo por haber ganado, esta vez...

La piedra se impactó en su nuca. Cayó al suelo perdiendo la conciencia de inmediato.


Hundido en un pozo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora