Capítulo 2 - Confusión y muerte

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 Jamás había visto a Leon prácticamente desnudo y su imagen se pasea por mi mente, con descaro, durante el trayecto hacia el hotel donde la ONU ha decidido dar la cena de gala

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Jamás había visto a Leon prácticamente desnudo y su imagen se pasea por mi mente, con descaro, durante el trayecto hacia el hotel donde la ONU ha decidido dar la cena de gala. Relajado, él conduce totalmente ajeno a la turbación que se ha apoderado de mi mente y de mi cuerpo.

Definitivamente, Edward Ormond me hace más falta que nunca. Así que, desesperada, intento localizarlo con la mirada nada más ambos entramos en el hotel. Parece que va a haber una especie de conferencia antes de que se celebre la cena. Seguramente, algún carcamal cegado por la política y que ni siquiera sabe bien de lo que habla, nos contará las excelencias de una colaboración que, de ningún modo, ninguna de las dos agencias implicadas, así como la ONG a la que pertenezco, ve clara.

—Te veré en la cena —el rubio despampanante me susurra al oído, invadiendo mi cuello con su aliento cálido y suave. E inmediatamente después, se marcha. Sin quererlo, yo me estremezco.

Kennedy. Genio y figura...

Pero a mí me conviene este abandono que tampoco es que me haya sorprendido ni mucho ni poco. Por fin localizo a Edward, quien se desliza por la sala como un diestro bailarín, confraternizando con el centenar de personas aquí reunido. Viste su esmoquin con la elegancia de un príncipe que ha mamado el protocolo, no como la rudeza varonil del agente cuyo cuerpo perfecto da sentido a cualquier trapo que pueda cubrirlo. Edward es amable, sensible, agradable, conversador... Y está por mí; no como otros.

Perfecto anfitrión de una reunión que él no ha convocado pero que está dispuesto a disfrutar, ofrece copas de champán a todos aquellos con quienes habla, intentando alegrarles la noche. Sencillamente, es un hombre inigualable. Ofreciendo mi sonrisa más seductora, camino hacia él y no dudo en sacar partido de todas esas curvas por las que sé que él se muere por desplazarse lenta y lujuriosamente.

Él me dedica una sonrisa entusiasta que me derrite, nada más verme. Un mechón de pelo negro y rebelde cae sobre su frente despejada; lleva su larga cabellera recogida en un moño moderno y elegante, que luce con orgullo entre la maraña de políticos clásicamente repeinados y de agentes demasiado apegados al rancio tópico de Bond. Sabe quién es y lo que quiere; y no está dispuesto a ocultarlo, esté con quien esté.

Me ofrece una copa de champán que, muy a mi pesar, yo me veo obligada a rechazar. No soy capaz de beber con el estómago vacío. Por un momento, él parece contrariado, pero no abandona su sonrisa desenfadada y alegre. Las luces de la sala se atenúan y todas las miradas confluyen en una especie de escenario con un atril situado en el centro que, rápidamente, es ocupado por uno de los altos mandatarios de la ONU.

«Allá vamos», me preparo con resignación. Espero que, al menos, mi incipiente relación amorosa con Edward me permita no tener que lidiar con este atajo de hombres y mujeres de mente tan cercana a la militar demasiado a menudo. Me gusta trabajar sola; y no con agentes, precisamente.

La introducción del mandatario no hace más que recordarnos las miserias materiales y morales de un mundo que cada vez está más cerca de ser dominado por el terrorismo biológico, por el que ya está siendo extorsionado. Orgulloso de sí mismo y de sus palabras, anuncia un programa de estrechas colaboraciones y dos nombres que lo liderarán con total independencia e inmunidad.

𝕰𝕾𝕻𝕰𝕽Á𝕹𝕯𝕺𝕿𝕰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora