El riesgo biológico se intensifica por todo el mundo debido al bioterrorismo, y la ONU decide crear una unidad de actuación conjunta formada por miembros de la BSAA, de la DSO y de la ONG TerraSave, que va a dar a conocer en una cena de gala. Para C...
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Leon avanza en cabeza por el pasillo, arma en mano. Chris lo sigue de cerca con Jill en brazos, inconsciente, flanqueado por cuatro de los agentes. Y los otros dos cubren la retaguardia tras nosotros, la quincena de civiles que apenas hemos quedado con vida.
—No creo que él haya pretendido infectar un hotel al completo —escucho cómo el rubio, convencido, asegura a mi hermano—. No gana nada con ello, más que hacer cundir el pánico entre la población. Y hasta ahora, no ha hecho nada que nos lleve a pensar que odia su trabajo, en realidad.
Conforme, Chris asiente con la cabeza sin dejar de correr.
—¿Pero de quién narices habláis? —nerviosa, yo grito a ambos para hacerme escuchar.
Por toda respuesta, el agente me traspasa con una mirada furiosa. Y, por sólo un instante, mi hermano me mira con tristeza, pero tampoco responde. ¿Por qué ambos me tratan como si yo tuviese algo que ver en este asunto? Yo no he hecho nada en absoluto. Yo no... Dios mío... Un escalofrío recorre mi espina dorsal y un sudor frío se apodera de todo mi cuerpo. No puede ser... Imposible...
Sin embargo, no puedo insistir en pedir una respuesta pues, desde el lado izquierdo de la encrucijada en que el pasillo se ha convertido, varios zombis se abalanzan sobre Leon en una carrera tambaleante pero mortífera. Puedo ver que se trata de un par de señoras de la limpieza y de, quizá, varios huéspedes del hotel, todos dominados por el virus, antes de que caigan abatidos por el fuego de los agentes.
—Parece ser que los va convirtiendo por allá por donde va pasando —escucho la voz airada de Leon.
¿Por qué siento que él tiene ganas de atraparlo y de...? ¿Matarlo? Alarmada, reconozco que es como si hubiese un asunto personal entre ambos. De inmediato, la angustia se apodera de mí y, sin pensar, adelanto a todos los presentes a la carrera, incluso a Leon, y tomo la dirección del pasillo desde el que los zombis nos han atacado.
—¡Claire! ¡Maldita sea! ¡Claire! —en la distancia oigo la voz furiosa y angustiada de Leon, pero no dejo de correr.
Sea como sea, he de impedir esa muerte. Porque Leon debe estar equivocado; sé que está equivocado. Pero si no lo estuviese... Cuando abro la puerta de las escaleras de emergencia y me sumerjo en la absoluta oscuridad que las envuelve, un silencio sepulcral me envuelve de inmediato. Estruendosa, la puerta de muelle se cierra tras de mí y doy un respingo, buscando a tientas el interruptor de la luz que debe iluminarlas.
Una mano fuerte me agarra por el cuello y pierdo la respiración mientras me inmoviliza contra la pared. Con un tirón tan fuerte que casi logra arrancarla de sus goznes, la puerta se abre de nuevo y por fin hay luz. Es mi propio atacante quien la ha encendido, para que aquel que acaba de llegar se haga una imagen fiel de la situación en la que me encuentro. Casi sin ser capaz de poder respirar, asumo que acabo de convertirme en una rehén, en moneda de cambio.
Sin titubear, Leon apunta con su arma a la cabeza del hombre que me retiene. Y él responde intentando escudarse tras de mí, aunque yo soy demasiado baja para que pueda ser cubierto por completo. Sin embargo, una larga jeringuilla amenaza mi cuello. Y, al verla, Leon se detiene de inmediato. Observa al hombre con promesas de muerte en sus ojos.