Capítulo 1: Días de infortunio

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Era el frío invierno de diciembre de 1965, en el condado de El Dorado, California. Las vísperas de Navidad se acercaban, y la nieve cubría las calles y casas del condado como un manto blanquecino. En medio de este paisaje invernal, un carro oscuro llegó al orfanato, dando paso a un hombre vestido con un traje negro y un gran sombrero que ocultaba su rostro.

—Traigo a esta niña para que la tengan ustedes. No la quiero conmigo; este lugar es alejado y perfecto para mí. Se las entrego —dijo aquel hombre, con voz ansiosa, casi como si quisiera deshacerse del peso que llevaba sobre sus hombros.

—Pero, señor, usted no parece ser un hombre pobre que nos necesite —respondió sor Isabella, mirándolo sorprendida. Era difícil entender por qué un hombre como él pensaría en dejar a su hija.

—Mi apariencia es lo de menos. Este es el único acto de bondad que haré por esta niña. He pensado en deshacerme de ella de mil formas. ¡No lo haga más difícil! —gritó, su voz alterada y desesperada, frunciendo el ceño.

—La tendremos con nosotros —respondió la mayor, sor Olivia, abriendo sus brazos para recibir a la pequeña que lloraba en los brazos de aquel hombre.

—¡Téngala! Me iré muy lejos. Espero nunca saber de ella y que ella no sepa sobre mí —dijo, girándose rápidamente para salir por la pequeña puerta, dejando a la bebé a su suerte.

El sonido del auto alejándose resonó en el silencio del orfanato, dejando tras de sí a una recién nacida de apenas un mes.

—Hermana Olivia, la bebé tiene mucha hambre —dijo sor Isabella, preocupada.

—Tenemos leche caliente; podemos hacerla tibia para ella —respondió sor Olivia con determinación.

—La bebé debe tener un nombre. Veremos si tiene algún papel que lo indique —dijo sor Isabella, buscando en la manta de la pequeña. —Hermana, en su mantita dice "Lisa". Es lo único que encontré.

—Entonces, la bebé ya tiene nombre. Se llama Lisa. El apellido no lo tenemos —dijo pensativa la hermana mayor.

—Que sea el suyo, sor Olivia. Usted la recibió en este pequeño hogar. Quedaría perfecto: Lisa Manobal, ¿no le parece? —dijo sor Isabella, sonriendo de oreja a oreja.

—Ya está dicho. Lisa llevará mi apellido. Ahora, démosle lo mejor de nuestro cuidado. —acogieron a la bebé en sus brazos, envolviéndola en un cálido abrazo que le ofrecía un nuevo hogar.

Sor Olivia, de 70 años, y sor Isabella, de 55, eran las únicas encargadas de cuidar a los niños del único orfanato del condado. Durante toda su vida, habían ayudado a quienes más lo necesitaban, sobreviviendo con las ventas de sus manualidades, ya que el apoyo de la iglesia católica era escaso. En ese momento, tenían a su cargo a otra recién nacida, Minnie Nicha, quien había llegado en un cesto de frutas. En un sobre, sus padres habían dejado un mensaje que decía: "No podemos hacernos cargo de la bebé. Mi esposa está enferma y no tenemos dinero. Cuídenla." Las hermanas se hicieron cargo de la pequeña, junto con los niños Jackson Wang y Christopher Bang, ambos de tres años.

—¡Bang! Deja a la pequeña Lisa —se escuchó la voz de sor Olivia desde la cocina.

Bang, travieso, le había quitado el chupón a Lisa para chupárselo él mismo. La pequeña comenzó a llorar fuertemente, lo que contagió a Minnie, y ambas lloraron a coro. Al ver a las bebés llorar, Bang también empezó a lagrimear y a llorar con ellas.

—¡Bang! ¿Qué hiciste, pequeño? —se acercaron las hermanas, sonriendo ante la escena. —Pequeño Bang, no hagas llorar a tus hermanitas. Ahora lloras con ellas —les dijeron, calmándolas y ofreciéndoles un biberón lleno de leche.

LA ACTRIZ Y LA ESCRITORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora