Capítulo 2: Días de miseria

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El condado El Dorado, ubicado en la majestuosa Sierra Nevada, estaba formado por colinas y terreno montañoso. En este invierno de 1965, la nieve cubría el paisaje, pero el frío no era el único desafío que enfrentaban sus habitantes. Mientras las familias pudientes disfrutaban de abundantes cosechas, aquellos con menos recursos, como Jackson y Bang, luchaban arduamente para sobrevivir, trabajando hasta el cansancio para llevar alimento a su hogar. Cada fin de semana, se escapaban al lago Tahoe, donde las aguas cálidas les ofrecían un respiro de su dura realidad.

—Bañarse en este lago es lo mejor del día —decía Lisa, riendo mientras jugaba con su pequeña hermana, Minnie.

—Disfrutamos mucho jugar aquí —respondía Bang, lanzando un puñado de agua hacia ellas.

Al salir del agua, se sentaron en la orilla, sintiendo el calor del sol en sus rostros.

—Hermanito, tengo mucha hambre y ya me bañé lo suficiente —dijo Minnie, con los ojos brillantes de emoción. Lisa, al ver que su hermanita estaba desesperada por comer, sacó un último caramelo de chocolate que guardaba.

—Abre la boquita y cierra los ojitos, hermanita —le dijo Lisa, poniendo el caramelo en su boca.

—¡Umm! Está delicioso, hermanita, gracias —exclamó Minnie, sonriendo con una gran sonrisa.

Sin embargo, la alegría pronto se desvaneció. La sequía había llegado al condado y, con ella, tiempos de escasez. Las cosechas eran mínimas, y la salud de su madre se deterioraba con cada día que pasaba.

—Nuestra madre se enferma cada día más, no puedo soportar no tener dinero para sus medicinas. La última vez que compré algo, me quedé sin comer unos días —dijo Jackson, con el rostro preocupado.

—La sequía ha empeorado nuestra situación. Necesitamos buscar trabajo —sugirió Bang, apretando los puños con determinación.

—Señor Jacob, señor Jacob... —los hermanos llamaron a la puerta del dueño del bazar.

—¡¿QUÉ QUIEREN MUCHACHOS?! Ya no les puedo dar trabajo, no tengo dinero para pagarles nada. Tal vez en la minería los reciban y puedan ganar dinero —respondió el señor Jacob, cerrando la puerta en sus caras.

—Iremos a la mina que se encuentra cerca del condado. El oro puede darnos mucho dinero —declaró Bang, con la chispa de la esperanza en sus ojos.

—Vamos, no nos queda de otra —respondió Jackson, sintiendo que no había otra opción.

Al llegar a la mina, se acercaron a los trabajadores. Los hombres, fuertes y experimentados, los miraron con desdén.

—Apenas son unos niños, no tienen la fuerza suficiente —se burlaron algunos mineros.

—Podremos cargar sacos, señor. Podemos hacerlo —dijo Jackson con firmeza.

—Entonces, háganlo —respondió uno de los mineros, desestimándolos.

Con el paso de las horas, los hermanos trabajaron incansablemente. Sin embargo, al final del día, su esfuerzo no fue recompensado.

—¿Realmente pensaron que les íbamos a dar dinero? —se burlaron de ellos, dejándolos con las manos vacías.

—¡Desgraciados! Se aprovechan de nuestra necesidad. —lloraron los hermanos, sintiéndose impotentes.

—Bang, hay algunas frutas que han caído de esos árboles. Podemos llevar eso a casa —dijo Jackson, encontrando un rayo de esperanza en medio de su desdicha.

Así, regresaron a casa, cansados y lastimados, pero con algunas frutas en sus manos. Sin embargo, la verdadera devastación les esperaba.

—Jackson y Bang, la hermana Isabella acaba de fallecer, ya no responde más. Hoy ha llegado el momento, nos toca ser fuertes. —anunció sor Olivia, las lágrimas brotando de sus ojos.

LA ACTRIZ Y LA ESCRITORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora