Edmond Dallas, de cabello color azabache, sedoso y largo hasta por debajo de sus hombros, ojos cafés, labios carnosos y piel pálida, caminaba junto a mí por los pasillos de la secundaria. Matt y yo lo conocimos meses después de la muerte de Christopher. Lizbeth lo había visto algunas veces, pero no tenía ánimos para conocer gente nueva, ni para respirar, si venimos al caso. Yo adoraba a Ed, adoraba sus brazos repletos de tatuajes, su cabello despeinado, el delineador negro en sus ojos y los sombreros que siempre llevaba. Era una persona sarcástica y fría, pero a la vez muy divertida y alocada. Ed era alguien genial.
—Creo que estás exagerando completamente. —dijo, luego de escucharme hablando sobre el cabello en el baño de Matt.
Suspiré y me adelanté a la salida, dejándolo unos pasos atrás. Allí estaba él, esperándome, como todos los días. Pero lo evité y caminé hacia la dirección contraria, sin saber muy bien a dónde me dirigía. Sólo quería caminar sin compañía, pero no me lo permitieron. Matt tomó mi brazo con fuerza y lo retiré, haciendo que me lastimara con sus uñas.
—No puedes enfadarte por algo que no he hecho. —dijo a unos pasos detrás de mí.
—Oh, observa bien. —respondí, y continué caminando.
Continué durante más o menos de diez minutos y ellos aún seguían unos cuantos metros detrás de mí, siguiéndome en silencio. Me recordaron al séquito de estúpidas de Delia en el que ahora estaba incluída mi mejor amiga. Tomé un libro de mi mochila y se lo lancé a Matt cuando estuvo lo suficientemente cerca. Éste cayó sobre su ojo izquierdo y no pude evitar reír.
—¡Estúpida rubia! —gritó con una mano sobre su ojo, lo cual hizo que mi risa aumentara.
Corrió hacia mí y me cargó sobre su hombro como a una niña, mientras Ed reía conmigo. Grité que me soltara, dando puñetazos en su espalda. Dejé de hacerlo minutos después, cuando estábamos de nuevo en la entrada de la secundaria. Continuó cargándome hasta el parque, el parque de Chris, al que no había ido desde que nos dejó.
Era horrible: el suave césped ahora estaba descuidado y seco. Los árboles parecían ya no tener vida y a los arbustos ya no los podaban. El lugar estaba sucio, vacío, detruído. Los juegos donde los niños reían ya no tenían color, los columpios se habían caído. Era como si el parque hubiera muerto junto a Christopher.
Matt me dejó por fin en el suelo, con expresión vacía. Miraba fijamente aquel árbol al que siempre iban. Ahora no se veía bonito, su sombra ya no era algo que protegía del sol, sino algo frío y triste. Aquellas enormes ramas bajo las que Chris se sentaba a observar el entorno ya no tenían el color de antes, ahora eran opacas.
—El reino ya no es nada sin su rey. —dijo Matt, con voz fría. El parque sin duda innundaba de tristeza a todo aquel que pisara su suelo. Comencé a caminar hacia el árbol, pero Matt tomó mi brazo. —Era su trono. Suyo y de nadie más.
En otras circunstancias me hubiera reído de lo que decía, pero tenía sentido ahora. Observé la sombra del árbol, el trono estaba vacío. Mis ojos se humedecieron y Matt me abrazó. No me había encariñado tanto con Christopher como para llorar por su muerte, pero Liz me había enseñado a ponerme en el lugar de los demás. Las imágenes de ese día, de ese momento, innundaron mi mente. No lo había presenciado, pero tenía claro lo sucedido, y era horrible. Ni siquiera podía imaginar lo que había sentido Matt, pero pienso que sería lo mismo que yo sentiría si viera a Lizbeth hacerse daño hasta la muerte. Sin duda algo que nunca querría ver, ni siquiera a cambio de mis mayores ambiciones.
—¿Allí fue donde él...? —preguntó Ed, señalando el árbol.
Ambos asentimos y él miró al suelo. Luego se acercó, y posó su mano sobre mi hombro, mirándome con pena. Entonces me aparté de ambos y limpié mis mejillas. Si había algo que odiaba, era verme débil y dar lástima.
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Don't love the monsters [MDL2]
RandomContinuación de Monsters don't love. Luego de una gran pérdida, Leslie debe cargar con la tristeza de su mejor amiga y el vacío en el corazón de su novio, e intentará reconstruirlos mientras ella se está derrumbando.