Caminaba por el tejado de la secundaria cuando el timbre sonó. Me senté y mis pies colgaban cinco o seis metros por el aire. El vértigo me invadió, me gustaba eso. El viento amenazaba con empujarme y despeinaba mi cabello. ¿Alguna vez te has preguntado qué se siente morir?
Siempre le había temido a las alturas. Caminé por el borde retando a mi equilibrio. Llegué a una esquina y solo observé un posible camino hacia mi muerte. No quería saltar, pero se veía interesante.
Desde que Christopher nos había dejado, comenzaba a pensar más en la pérdida. A todo el mundo le importaba, todos lo lamentaban. Yo no veía nada malo en la muerte. Morir es un gran alivio, hasta para los que llevan una buena vida. Es un regalo hermoso. Yo no quería morir, claro, pero tampoco me hubiera molestado. La vida debe acabarse en algún momento y a mi no me importaba cuál. Nadie tiene nada que perder, sólo eso, la vida. Y después de que se pierde la vida, ya nada importa.
—¿Qué tenemos aquí? —La aguda e irritante voz invadió mis oídos. Se encontraba detrás de mí, y pude notar aún sin verla su maliciosa sonrisa detrás de esos rizos colorados que volaban con el viento.
—¿Leslie?
Tras oír esa segunda y dulce voz, me di la vuelta. Lizbeth me miraba aterrada, detrás de Delia, esa odiosa pelirroja de faldas cortas que estaba en progreso de robarse a mi mejor amiga.
—¿Acaso ibas a saltar? Adelante, linda. —dijo Delia, ampliando aún más su sonrisa.
Miré a Lizbeth, esperando que interviniera. Tan solo continuó observándome. Oh Liz, cuánto había cambiado. Pero yo no era como ella, y no temía desafiar a nadie. Levanté mi pierna derecha y comencé a llevarla lentamente hacia adelante, para alejarme de una mala caída. Pero Leslie Shepard no es ninguna cobarde. Llevé mi pierna rápidamente hacia atrás y la gravedad comenzó a apoderarse de mi cuerpo. El grupo de chicas que estaban más atadas a Delia que su propia sombra ahogó un grito al unísono.
Tal vez Lizbeth no había cambiado tanto. Tomó con fuerza mi brazo y nuevamente, salvó mi vida.
No pasó más de una hora para que el rumor recorriera toda la escuela. Ahora era "la rubia suicida". Yo no quería morir, pero tampoco quería dejar que Delia tuviera el placer de llamarme cobarde. Matt rió al oír lo sucedido.
—Le cerraste la boca a esa chica hueca. —dijo, aún entre risas.
—Casi muero ahí. —respondí con las cejas levantadas, esperando al menos una mínima preocupación en su rostro.
—Lizbeth nunca nos ha defraudado.
Sonreí. Claro que no, y nunca lo haría. Tampoco nosotros a ella, y menos luego de perder a Christopher. Lizbeth ahora casi no sonreía. Ella no se merecía nada de eso, pero a veces las cosas más malas le suceden a las personas más buenas. En toda mi vida, ella era la persona más pura que había conocido, siempre con buenas intenciones, preocupándose por los demás y sin juzgar a nadie. Pero a pesar de eso su primer amor había muerto de una manera horrible, dejándola sin ganas de seguir viviendo. Y tuvo que pasar algo así para que su padre se diera cuenta de que tenía una hija a la que proteger, alguien que necesitaba de él.
Sólo iba a visitar a Christopher los fines del mes. Decía que los cementerios le causaban escalofríos, y luego de dejarle los repetitivos claveles blancos, decía esas dos palabras que yo no comprendía y se marchaba. "Perdiste, Chris", siempre era la misma frase, fría, llena de amargura. Pero luego sonreía, justo antes de darse la vuelta para marchase.
Las cosas entre Matt y yo no habían cambiado, no hasta ese tiempo. Pero ya no sentía lo mismo. No estaba acostumbrada a querer a alguien, y tampoco sabía hacerlo muy bien. Excepto por Liz, claro. Ella era como mi hermana, y la única persona en el mundo que me entendía, la única por la que pondría en riesgo mi vida (además de mi temeridad recientemente desafiada).
Siempre había sido muy egoísta. A pesar de que tuve unos tiempos difíciles con mi autoestima, era muy egocéntrica y segura. O eso pretendía ser. Antes de la muerte de Christopher, hubo un cambio repentino en mí. Las personas que se hacían llamar mis amigos fueron una mala influencia en esos tiempos. Luego no supe nada más sobre ellos, pero no me hubiera sorprendido haberlos encontrado en el medio de la noche sobre la acera, ebrios y destruídos.
Mi vida era algo aburrida ahora que tenía a Matt. Es decir, me divertía mucho con él los primeros meses. Pero nada dura para siempre, y no tengo idea de por qué seguíamos juntos. Aprendí a quererlo, por supuesto, y alegraba mis días. Pero mis sentimientos generalmente eran vacíos. Sin embargo, sabía que si Matt me dejaba, no podría soportarlo. Lo necesitaba.
Estaba totalmente confundida.
—La rubia suicida, ¿eh? —dijo mientras caminábamos a su casa. —Ellos no tienen idea de lo que eso es realmente.
—Lo dices como si estuvieras orgulloso de serlo.
—¿Tú si lo estás? —alzó las cejas con una pequeña sonrisa.
—No lo soy. No quiero morir.
—Pero ibas a hacerlo, y no te importó.
—No iba a dejar que ella se burlara de mí. —comencé a cruzar la calle, pero me volvió de un tirón justo antes de que un auto pasara a mucha velocidad.
—Pero lo está haciendo en éste momento, Les, todos lo hacen. —dijo, ahora serio. Cuando se ponía serio aparecían arrugas en su frente y apretaba los labios sin darse cuenta. Sonreí.
—No me importa. Ninguno de ellos me importa. —hice que soltara mi brazo llevándolo con fuerza al costado de mi cuerpo. Continué la marcha y pateé una botella de vidrio que se interponía en mi camino. Ésta se estrelló contra la pared de un edificio.
Matt vivía ahora en una pequeña casa fea rodeada de otras inmensas y bonitas. Todo lo pagaban sus tontos padres, aunque él hacía un poco de dinero a veces. Entré evitando el desorden y me dirigí al cuarto de baño. Lavé mis manos, y al secarlas encontré un cabello algo largo en el lavamanos. Me llamó la atención porque no era rojizo como el cabello de Matt o rubio como el mio. Ni siquiera castaño como el de Liz, aunque ella nunca pasaba por allí. Tal vez era de un chico o chica de la fiesta que hicimos un par de noches atrás. Pero, ¿por qué seguía ahí?
Yo no era ninguna tonta. Tal vez exageraba, pero no era tonta.
Matt siempre me sorprendía, nunca terminaba de conocerlo por completo. Era imprescindible y difícil de entender. Si estaba deprimido, no podrías saberlo a menos que él te lo dijera. Su sonrisa casi siempre estaba ahí, intacta. La única vez que había visto en él una expresión de verdadera tristeza fue cuando Christopher se había ido. Pero luego volvió a sonreír. Era la persona más fuerte que había conocido. Pero claro, su sonrisa no siempre era honesta, por lo tanto no podía confiar en él.
—Ven aquí, preciosa. —gritó desde su habitación. No era necesario gritar, ni siquiera aumentar la voz, la casa era muy pequeña.
Obedecí y me senté en la cama junto a él. Tomó mi cintura, y con expresión seria, sostuve el oscuro cabello frente a sus ojos. Alzó las cejas y entendió, sin necesidad de palabras, lo que pasaba por mi cabeza. Comenzó a reír con un aire nervioso.
—¿Tú crees que...? No. Eso nunca. —negó con la cabeza.
—¿De quién es éste cabello, querido Matt? —pregunté apartándome de él.
—Seguro es de la fiesta del otro día.
—Seguro que sí. Tengo que irme.
Me marché sin escuchar sus quejidos. Sabía perfectamente que era una tontería, pero, ¿y si tenía razón? Yo siempre la tenía. La gente siempre decepciona.
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Don't love the monsters [MDL2]
RandomContinuación de Monsters don't love. Luego de una gran pérdida, Leslie debe cargar con la tristeza de su mejor amiga y el vacío en el corazón de su novio, e intentará reconstruirlos mientras ella se está derrumbando.