12. La caja de sorpresas.

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— ¿Por qué sonríes? — Le pregunto y él entreabre sus ojos.

Lo ayudo a cubrir con una manta.

— Me dijiste que lo olvidara. — Pone su dedo índice sobre sus labios (aún sonriente).

— Te doy permiso de recordarlo sólo por el día de hoy. — Me siento al borde de la cama y acaricio su rostro.

Estúpido rostro perfecto.

Estúpido Zack.

— No quiero olvidarlo. — Hace un pequeño puchero.

— Lo prometiste. — Le recuerdo.

— Sé que tengo fiebre y puedo sonar como un ebrio, pero lo que te dije hoy era verdad, tú no eres un juego para mí. — Susurra y luego posa su mirada azulada en mí.

Sonrío de lado.

— Sabes que no puedo creer eso. — Muerdo mi labio inferior. — Porque tus acciones siempre gritan lo contrario.

— Claro que no, guerrera,...no sabes lo que he hecho para lograr que me mires o me hables...yo...esto sonará muy acosador, pero siempre me has parecido interesante.

Suelto una risita.

— ¿Quieres desilusionarte conmigo? — Le pregunto con tono burlón.

Frunce el ceño.

— Jamás vuelvas a decir eso, tú nunca me desilusionarías, además, el desastre aquí soy yo.

«Yo soy un desastre así que no importa si te consideras una persona terrible».

Esa frase viene a mi mente y decido no prestarle mucha atención, porque la recuerdo escrita con una letra desconocida sobre una hoja, así que no debe ser importante.

— Y yo soy la catástrofe, así que estamos a la par. — Sonrío victoriosa.

Sonríe levemente y cierra sus ojos poco a poco hasta que sus respiraciones se vuelven adormiladas.

Lo observo dormir y me dejo llevar por la tranquilidad que emana su rostro.

— Pensé que nunca volverías a esta casa. — La señora Miller dice a mis espaldas.

Volteo a verla y sonrío apenada.

Cuando llegué con Zack ella no estaba y luego me distraje con él dándole pastillas y poniéndole paños de agua fría sobre la frente, así que nunca supe cuando llegó la señora Miller.

Debes parecerle una intrusa.

Me levanto suavemente de la cama y camino hasta ella.

— Zack se sentía mal y me pidió que lo trajera. — Contesto apenada.

Ella me hace un gesto para que salgamos de la habitación y la sigo, no sin antes cerrar la puerta para que Zack pueda dormir con más tranquilidad.

— Conozco a tu madre y a tu padre desde que estábamos en la universidad y ninguno de los dos tuvo un carácter tan noble como el tuyo, a no ser que algo les importara de verdad. — Comenta mientras bajamos las escaleras.

Entramos en la cocina y me invita a tomar asiento junto a la isla.

— Ni mis padres, ni yo somos el mejor ejemplo de nobleza ¿no es así? — Digo un poco nerviosa.

Esta situación no debería causarme nervios.

— No puedo afirmarlo. — Ríe suavemente. — Pero sí sé algo y es que la manera en la que observabas a mi hijo mientras dormía no es la de una persona que quiso ayudar a otra.

El club de los cupidos negros [✓] - Las flechas de Cupido #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora