Our Dream ft. Sonamy

•Nuestro Sueño•

La catedral de gran y elegante estilo gótico brillaba en dorada luz por los rayos de sol que se colaban por los vitrales de diversos colores en lo alto, iluminando gracialmente el altar en donde se encontraba el famoso novio en esperaba de su adorada.            

Aquel erizo de espinas cobaltosas, orbes brillantes cual esmeraldas y tez de durazno se encontraba vestido por una camisa blanca de botones dorados, con un chaleco de plata con bordados en espiral de hilo azul, poseyendo un saco de dos piezas de un blanco brillante, adornado por una corbata de azul eléctrico, con un par de zapatos de cuero blanco. Por el momento se mantenía alerta hacia los bancos de madera oscura, viendo una y otra vez hacia el pasillo alfombrado de rojo hacia el altar, percibiendo el dulce aroma de los buques de flores finalmente acomodados en la par de cada banco, esperando con paciencia que su amada entrase por aquellas grandes puertas con grabados de angeles y Santos, esperando que sí llegase, esperando que no lo hubieran ilusionado, otra vez.

Miró hacia los padrinos que se encontraban sentados en la primera banca, viéndolos mientras sus manos temblaban, aterrado.
Su mejor amigo, un zorro de pelaje naranja pálido que se había presentado un tuxedo de dos piezas azul con corbata negra; trataba de hacerle señas de que conservara la calma, indicándole que debía respirar profundamente, aportando al unísono un ejemplo de cómo hacerlo, viéndose tan positivo como de costumbre. El mayor a su par, un erizo de espinas negras y vetas azabaches, tez bronceada, vestido con un tuxedo azul celeste con corbata gris no hizo más que girarse hacia atrás, confundido de que la novia no llegase todavía, dispuesto a levantarse, ir a por ella, jalarla de las espinas y traerla a la fuerza de donde fuera que estuviera. El novio intentó buscar refugio en aquel equidna de rojizo, encontrándolo revisando su teléfono, mesajeandose con quien-sabe-quien, desanimandolo.

Suspiró, bajando sus orejas. Su adorada no vendría, le mintió igual que su ex, no había duda, todas eran iguales, no había remedio en volver a intentar, se resignaría a vivir una vida solitaria, sin el amor de cuento de Hadas que sus padres tanto le prometieron, ausente de aquel casto placer.

Reprimió un gemido de dolor, tapandose la cara mientras daba un par de pasos hacia atrás, llamando la atención del zorro quien tras entender su lenguaje corporal se levantó del banco, subió las escaleras del altar y lo tomó del brazo, espabilandolo, dispuesto a hacerlo hablar.
Por otro lado, el erizo de orbes de carmín se levantó, arreglándose el traje para después tronarse los puños, estando a un paso de saltar los listones de blanco y rosa para salirse e ir en busca de aquella desvergonzada mujer, ganándose una mirada extraña por parte del equidna quien en búsqueda de aliviar la situación jaló la manga del mayor, haciéndole ver la pantalla de su teléfono.

Por otro lado el vulpino se le estaba yendo la vida tratando de mantener a su hermano de otra madre en calma, tomándolo de los hombros mientras le decía en toscos susurros que debía ser paciente y esperar, por otro lado el erizo de azul no hacía más que soltar lágrimas mientras temblaba, murmurando incoherencias perturbadoras sobre el porqué el amor no existía, aterrado de tener que esperar tanto por una chica que dijo estar preparada para él. Aquel de orbes celestes alzó su mano, dispuesto a darle una bofetada por las estupideces que decía pero se vió frenado en seco por algo inesperado.

El de tez bronceada soltó un silbido agudo hacia la dupla, mismo que resonó entre las paredes y techo de la gótica edificación, llamando su atención de forma exitosa. El par se giró a verlo, confundido, el de espinas azabaches abrió la boca para darles la noticia pero se vieron con otra interrupción.

El órgano ubicado en el segundo piso empezó a sonar con imponencia y suavidad, tocando con especial dulzura la marcha nupcial, la señal de que la novia estaba por llegar.
El erizo de cobalto sintió como el corazón se le salía por la garganta tan pronto escuchar aquellas notas resonar con tanta pasión, al borde de caer de rodillas por el impacto.