Capítulo 1

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Podía sentir la adrenalina corriendo por mi cuerpo, el frió golpear mi rostro y el olor a pasto inundar mis sentidos, hubiera podido pasarme toda la vida cabalgando a mi precioso: Escarlata.

—¡Señorita! —escuché la voz de mi nana. —Ya debe que ir a darse un baño, recuerde que clases inician en tres horas.

—¡Quince minutos!

—No, nada de minutos. —la vi a lo lejos con un vaso de jugo.

—¡Solo un rato más! —protesté. —Diez minutos y ya.

—No voy a dejarla faltar a clases.

—Mira nada más, ¿quién hablo de faltar a clases?

—¡Venga, ahora mismo!

Reí por lo bajo mientras la miraba con inocencia. La verdad, le salía fatal ese papel, pero supongo que intentarlo era parte de su trabajo.

—Como usted mande, capitán. —acepté, ya resignada.

Ella en verdad pareció aliviada y yo encaminé al animal hacía el establo, desmonte y quite hábilmente la silla del lomo, unos tres minutos después escuche pasos detrás de mi.

—Sabe que no me gusta tener que sacarla de estos momentos que son tan especiales para usted, pero...

—Buenos días a ti también, nana. —interrumpí a la vez que giraba sobre mis pies para observarla.

—Pero, —continuó ella. —este año no puede ser como el anterior, sus padres me lo advirtieron, fueron muy claros al respecto.

Acaricié la cabeza del caballo.

—Aún no entiendo porque te regañaron, mis notas fueron bastante buenas.

—Muy buenas calificaciones y su asistencia dando mucho que pensar.

—No vivo de lo que piensan los demás.

—Al parecer tengo que recordarle que no fue nada discreta, la veían nadando sola, leyendo por las avenidas de Londres, apareció en las secciones de chisme de la prensa y los periódicos adversarios de sus padres pusieron en duda que esas calificaciones fueran suyas.

Ella puso el vaso con jugo de naranja en mis manos.

—¿Se puede saber de que lado estás? —entrecerré los ojos.

—Del lado que no perjudica a nadie.

—Nana, los reporteros siempre van a buscar basura.

—Lo sé.

—Y nada de lo que hagamos cambiaría eso, sino se tratara de mi, sería alguien más.

—Eso también lo sé.

—Reporteros, paparazzis... como sea, —besé la cabeza del caballo a modo de despedida. —todos son de la clase más baja, se venden al mejor postor y son como sanguijuelas, literalmente viven de los chismes y la privacidad de los demás.

—Puede que tenga razón, pero...

—¿Puede? —enarqué ceja, dándole un sorbo al jugo... un sabor agridulce. No me gusto.

Ambición contraria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora