A la tormenta siguió el surazo, cuyo viento parecía atacar solamente la rodilla de Ovidio. Se arremangó los pantalones y los exprimió como pudo. Se levantó; necesitaba lumbre y el calor de unas brasas. Tendré que llamarlas, tendré que tocar la puerta. ¡Ay,mi rodilla! Ningún sonido venía de la puerta entornada. Volvió a sentarse sobre los adobes, mirando los árboles del callejón y la falda del cerro. En el patio el caballo temblaba, con la montura y los sobrepelos chorreando. Bueno, ya es hora de que aparezcan.
Al intentar levantarse sintió una punzada en su rodilla.¡Caballo bruto! Apoyándose con las manos fue recorriendo en el asiento hasta la puerta. Ya iba a golpear cuando escuchó a las dos mujeres, como si hablaran dentro de su boca. ¿Qué decían?
¿Saldrá la vieja al fin? “Ya”, “ya”, la voz dulce de Jacinta cerca de la puerta. Si no aparece la vieja, mejor. Escuchó pasos y la vio de pie en el umbral, sonriendo, con las manos juntas a la altura de su pecho.
—Me estoy helando –sonrió Ovidio–, ¿habrá fuego en la cocina?
Ella sin decir nada se alejó hasta el otro extremo del corredor,apartando unos cueros y correas que no dejaban ver el fogón. Se sentó en la penumbra, renació el humo. El vaquero se acercó agachándose y se sintió algo más tranquilo.
—¿Y qué dice su mami? –preguntó mirándola.
—¿Mi mami? –colocó un tarro con agua sobre el fuego–. No,dice que no.
—Bueno, no importa; mañana sigo viaje.
Jacinta pareció haber reprimido una palabra, siguió atizando el fuego. Alistó vira-vira y azúcar en un jarro y esperó a que hirviera el agua. Entonces llenó el jarro y se lo llevó a su madre.
El dolor de la rodilla era más soportable. Acercó los pies al fuego hasta que los pantalones comenzaron a quemarle. Quiso ver la herida. No había sangre, la rodilla parecía una pelota brillante.
Jacinta volvió.
—Parece que no me voy a poder ir –dijo él mostrándole la rodilla–. Si no es molestia, ¿podría hacérmelo una salmuera?
La noche había llegado sin hacerse notar. Ella atizaba el fuego y se quedaba mirando las brasas.
—¿No se enojará su madre si yo me quedo? –dijo él. Ella le alcanzó el jarro con salmuera y comenzó a curarse–. Podría pasar la noche junto a esta cocina. Solo que, los sobrepelos de mi caballo no van a servir pa taparme... ¿Qué diría su madre si ... ?
—Ya debe estar durmiendo –le cortó Jacinta. Se levantó y dejó otra vez solo a Ovidio.
Él siguió curándose. El patio se volvió un negro muro. Solo escuchaba el crepitar de las brasas, los pasos adentro, una tos.
—¿Ya se durmió? –preguntó Ovidio cuando ella volvió a sentarse junto al fogón. Ella no respondió, o tal vez dijo “sí” al suspirar–.
Que bien se está aquí –siguió él–. Yo le agradezco por todo, espero que no sea ninguna molestia.
—¿Y no tiene hambre? –volvió a levantarse ella–. Cocinaremos algo.
Cuando ya se servían el caldo con papas y fideo ella dijo:
—De harto tiempo estoy comiendo un plato así. Y.....
Continuará