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—¡NO, NO, NO! —dijo Emma mientras negaba con la cabeza, frustrada— ¡no puedes decirle a las personas que están gordas! Ya veo por qué no te aceptaron en ningún puesto para atención de público.

Estaban en su habitación, sentados en una pequeña mesa redonda junto a varios animales de peluche simulando una fiesta de té. Draken dejó en el platillo su pequeña taza y se llevó las manos al rostro. Había cometido otro error y ya ni siquiera sabía del todo qué era lo que había hecho mal.

—Solo dije que si le ponía mucha azúcar al té iba a engordar más, ¿qué parte de eso es mentira?

—Está mal decirle gorda a la gente —respondió Emma, a lo que Draken apuntó al peluche con ambas manos, indignado.

—¡Pero si es una vaca!

Emma suspiró.

—¿Sabes qué? Es hora de un descanso. Voy a buscar algo para beber —dijo levantándose de la silla— y mientras vuelvo, espero que puedas pensar en lo que hiciste y pedirle disculpas a la señora Clementina.

Cuando Emma salió del cuarto cerrando la puerta a sus espaldas, Draken miró a la vaca de felpa durante un segundo y le pareció ver que sus ojos de botones negros brillaron con cierta maldad. Tuvo que tomarla por la cabeza y girarla hasta dejarla de cara al respaldo de la silla. No podía verla ni un segundo más sin sentirse culpable, aunque se negaba a disculparse con un peluche; en cambio, se entretuvo mirando el resto de la habitación.

No estaba tan ordenada como la suya, pero tenía algo que la hacía especial: La cama mullida decorada con almohadones rosa y crema, los animales de felpa o quizás los posters y fotografías que adornaban las paredes. Entre todas, una de ellas llamó su atención, tanto que tuvo que pararse a verla de cerca, pues el chico que aparecía en ella se le hacía extrañamente familiar. Tenía el cabello y los ojos negros, vestía una camisa abierta y un traje de baño. Aquel joven miraba a la cámara cubriéndose los ojos del sol que le llegaba casi de frente. Logró reconocer una de las playas de Okinawa. Emma le había dicho hace un tiempo que ella y su familia habían pasado unas vacaciones ahí, aunque eso había sido antes de la tragedia de la cual ella siempre trataba de evitar hablar.

Sus pasos ligeros se acercaron por el pasillo cuando volvía de la cocina con las bebidas. En ese momento, Draken pensó que tal vez debería apartarse, mas no lo hizo a tiempo y Emma lo encontró mirando a aquel joven de ojos oscuros.

—Lo siento —murmuró separándose de la pared, pero ella negó con la cabeza para quitarle importancia y Draken se lo agradeció.

—Se llamaba Shinichiro—dijo; lugeo, como si el más alto necesitara una explicación, añadió— mi hermano, el que murió.

Draken asintió con la cabeza. Aunque conocía la historia, jamás había visto una fotografía de él. No sabía si le había agradado la experiencia, pues aquellos ojos negros no hacían más que inquietarlo.

Algunas personas están más conscientes de la muerte que otras; un acontecimiento que llega tarde o temprano, lo quieras o no. Draken no pudo evitar pensar en que le hubiera gustado que personas como Emma y Mikey hubieran sido parte del grupo que vivía sin preocuparse de ella.

—Lo siento —dijo una vez más, aunque ya no sabía si se disculpaba por mirar sus fotos, por la muerte de Shinichiro o, simplemente, por hacerla revivir el acontecimiento en su corazón cada vez que lo mencionaba. Lo que Draken sí sabía era que estaba experimentando un gran deja vu.

—Yo también —contestó Emma— en casa tratamos de no hablar ni de él ni de Mikey...

—¿Quién? —preguntó Draken sintiendo que el peso de todo su cuerpo se le iba a los pies. ¿Emma tenía dos hermanos muertos?, ¿uno de esos hermanos se había convertido en el fantasma del videoclub?, ¿El Mikey que había conocido era un fantasma de verdad o se trataba solo de una coincidencia?, ¿cuántas personas en Japón podían llamarse Mikey?

Como atrapar un fantasma y no enamorarse en el intento (Drakey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora