N.º 6

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No te ofendas, Dan, Pero te ves horrible. ¿Tuviste problemas para dormir o algo?

La voz de abby sonada como si viniera del fondo de una piscina. Dan se dio cuenta de que se estaba quedando dormido y despierto lo suficiente como para levantar la cabeza y meter un bocado de cereal en su boca.

Se pregunto si el halo de luz borrosa que se veía tan bien alrededor de la cabeza de Abby sería consecuencia del sol que entraba por el tragaluz o de su casi total falta de sueño.

Decidió no contarle sobre lo que había averiguado en internet, porque temía que sonara demasiado extraño o que lo hiciera parecer demasiado extraño.

Estaba comenzando a conocerla; no quería arruinarlo en las primeras 24 horas.

–Felix ronca. Cómo si se hubiera tragado un sapo. O un león.
–¿Tanto?
–Si, y además se levantó al Alba para hacer ejercicio, imagínate. No hace falta decir que no creo que pueda dormir mucho este verano.

–¿Estás seguro de que no estás agotado por nuestra experiencia de anoche? –Abby no sé andaba con rodeos. A Dan le gustaba eso.

–Supongo qué fue bastante intenso –dijo Dan.
Realmente había parecido que abby se había enamorado de aquella fotografía.
Casi habían tenido una pelea a causa de eso.

Dan frunció el sueño; ni siquiera podía recordar porque había insistido tanto en que la dejara allí.

Un fuerte dolor de cabeza lo hizo cerrar los ojos. Estaba molesto.
–Maldición. No quería sentirme así durante el primer día completo.
Abby empujó una taza de café hacía el.

–Prueba esto. Está tan fuerte que haría funcionar un jet.
Giro la taza con cuidado para esquivar la pequeña mancha rosada que Abby había dejado en el borde.

Bebió un sorbo y sintió un sabor que era una mezcla entre líquido para encendedor y jarabe de arce. Se apuro a tragar para no escupir la bebida dulzona.

–¡Guau! ¿Cómo puedes beber eso?
–En realidad, detesto el sabor a cafe, pero el azúcar ayuda a disimularlo –admitió–. Y no puedes ser artista y no beber café.

Simplemente... no sé hace. En todos los lugares a los que he asistido había café y vino, así que hay que aguantárselo y aceptarlo.

Dan rio, Abby no parecía la clase de persona a la que le importaba ser aceptada; aunque todos hacemos algunas concesiones de vez en cuando.

El año pasado, Dan había cedido y se había comprado un blazer de pana color café claro para una conferencia en una universidad acerca de los últimos años de Jung.

Se había sentado entre un mar de sacos de color azul o café claro, preguntándose que diría su psicoanalistica favorito acerca de que tantas personas intentarán tan desesperadamente no sobresalir.

–Oye –dijo Dan, obligándose a sonreír y sentándose más erguido. Recordó algo que Abby había dicho el día anterior–. ¿Así que tomaste un autobús para venir? –Dan había volado desde Pittsburg y luego había tomado un taxi desde el pequeño aeropuerto, que parecía tener solo una pista de aterrizaje.

–Un par de autobuses, en realidad. Papá no podía faltar al trabajo, pero no hay problema. Autobús, tren, metro... Todo es parte de la rutina cuando eres de Nueva York.
–¿Y Jordan también es de ahí?

–No, jordan venía de Virginia; solo compartimos el último tramo de vieje.

–Es un viaje muy largo, ¿Por qué no vino en avión?
–Ehhh... Sus padres le compraron boletos de avión –dijo Abby– pero eran para ir a California, no a New Hampshire.

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