N.º 15

12 0 1
                                    

¿Que clase de broma de mal gusto era esa? Miro a Félix, que no se había movido un solo músculo.

–¿Estas seguro de que no viste quien dejó esto?
–Estoy seguro. ¿No está firmado?
–No, no está firmado –Dan le mostró la tarjeta a Félix, pero no le dio tiempo de leerla.
–Humm. Que extraño. ¿Reconoces la letra? –Félix continuó explorando el sitio en el que estaba, haciendo girar la ruedita del mouse, que sonaba suavemente.

–No, parece caligrafía o algo así. Nadie escribe así ahora...
–Los calígrafos escriben así.
–¿Conoces a alguno? –preguntó Dan, irritado.
Finalmente, Félix se volvió. Pensó por unos instantes y luego dijo con calma:

–No en este curso, no. Pero si tengo un amigo en la escuela que es muy bueno en caligrafía.
–Eso no me ayuda –suspirando, Dan se dejo caer sobre la silla y la hizo girar–. Lo siento; mal día.

–Entiendo, y espero que encuentres a tu misterioso amigo por correspondencia. Hundiéndose más en la silla, Dan le dio vuelta a la tarjeta una y otra vez, estudiando la letra, tratando de encontrar alguna pista en las palabras. Hidra. Había por lo menos cincuenta alumnos en la clase del profesor Douglas qué podrían haber escuchado el ingenioso apodo que les había puesto el día anterior.

Dan no tenía forma de determinar la identidad del autor de la tarjeta.
¿Y si Joe, el prefecto que los había descubierto en la sección antigua, había dejado el sobre en su escritorio? de hecho, tenía sentido de una manera extraña.

Joe querría evitar que anduvieran husmeando a altas horas de la noche otra vez y la nota era suficientemente espeluznante y amenazadora como para hacer que Dan lo pensara dos veces antes de repetir lo que habían hecho la noche anterior.

Además, como preceptor, Joe debía tener una llave maestra de las habitaciones, lo cual explicaba todo, porque Dan estaba seguro de que había cerrado con llave aquella mañana.

El nudo que tenía en el estómago se aflojó un poco. Pensar que Joe era el autor de la nota hacía que todo fuera más explicable, al menos, y tal vez hasta un poco gracioso. Ja, ja, Joe, me rindo.

Pero no estaba completamente convencido. Decidió llevar la tarjeta a la cena. Si Jordan y Abby también habían recibido notas, quizá podrían descubrir juntos lo que sucedía.

Dan sabía que no podría estudiar en el tiempo que quedaba hasta la hora de cenar. Y, en todo caso, la nota había reforzado su decisión de conocer a Sal Weathers. No tenía suficiente tiempo para ir hasta la ciudad y volver antes de su próxima clase, así que decidió saltársela.

Volvió a ponerse la sudadera, busco la dirección de Sal en su celular, tomó su mochila y salió deprisa.
Se sentía bien alejarse de la residencia. Ahí siempre tenía una sensación de opresión.

El clima parecía estar en su misma longitud de onda,  nublado y frío, a pesar de qué era verano. Parecía que iba a llover. Dan camino rápidamente, manteniendo la cabeza, baja, y siguiendo la senda que llevaba de la residencia hacia el sector académico y más allá.

El camino pavimentado comenzó a descender,  trazando una curva amplia al bajar una colina. En contraste con el ajetreo del campus, Camford siempre parecía pequeña y silenciosa. Aquel día las calles estaban prácticamente vacías; una camioneta solitaria pasó a gran velocidad mientras Dan llegaba al pie de la colina.

Tres cuadras, una tienda de donas y un taller mecánico después, Dan Había llegado a su destino. Se encogió más en la sudadera, observando el camino de entrada que llevaba a una casa de ladrillo con buhardilla, algo retirada de la calle.

Hizo una pausa y miró por encima de su hombro, tratando de ver por arriba de los árboles. Desde ahí podía divisar la punta del campanario de la vieja iglesia y, más atrás, el salón Wilfurd y el techo de Brookline.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 01, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Asylum  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora