VIII. El enemigo está en casa

17 4 2
                                    

A cada paso que dábamos, notaba a mi amiga más tensa. Ambas sabíamos que algo iba mal, pero no nos atrevíamos ni a hablar porque llegados a ese punto no nos fiábamos de nadie. Iria hizo un amago de acompañarnos, y con solo una mirada supo que aquello levantaría sospechas.

—¿Qué crees que le ha pasado a Julian?—pregunté susurrando.

—No creo que esté muerto—hizo una breve pausa—Todavía.

—Los demás volverán en nada.

—Por eso nos estamos dando prisa—contestó cortante.

Al poco ya empezamos a vislumbrar la única casa que había en todo el monte, la nuestra. A la luz de la luna parecía todavía más siniestra.

Lauren abrió rápidamente la puerta y cerró con llave por dentro. Quería ganar tiempo a toda costa.

—Tenemos que registrar los dormitorios de la gente en tiempo récord—miró hacia el pasillo contrario—Yo empezaré por el de Oliver y Anna.

—Bien, yo por la habitación de los chicos.

Me dirigí hacia el otro ala de la casa, atravesando el salón y la cocina. Allí me encontré otro pequeño corredor, con una habitación y un baño. Sin pensarlo entré dentro, encontrándome con una leonera.

No podía ser otra que la habitación de Adrian y Julian.

Inspeccionando las mochilas que tenían tiradas por el suelo, me encontré algo raro en la de Adrian. No porque fuese droga, sino por la gran variedad que había: anfetaminas, cocaína y otras sustancias que no era capaz de reconocer.

Para ese entonces, Lauren ya había aparecido alarmada diciéndome que dejase todo como estaba. Atravesando de nuevo la casa, empecé a oír constantes golpes en la puerta. Cuando Lauren la abrió todo el grupo parecía bastante enfadado.

—Llevamos casi cinco minutos a la intemperie—expresó un malhumorado Oliver, a lo que Lauren contraargumentó que las llaves estaban por dentro.

—¿A quién se le ocurre dejar las llaves por dentro?—dijo Anna, que lucía temblando de frío.

—Volvíamos las dos solas, es un acto reflejo hacer eso—contestó Lauren, saliendo del paso como mejor pudo.

En silencio, cada uno se fue a su guarida. Iria estaba intrigada por saber si habíamos recolectado algo de información.

—¿Y bien?—susurró nada más cerrar la puerta.

—A mí solo me dio tiempo a registrar la habitación de Anna y Oliver—Lauren se sentó en el borde de la cama—Nada. Todo limpio.

—Yo no encontré nada interesante en el dormitorio de Julian y Adrian, pero sí me sorprendió algo—las miré largamente—Ahí había droga como para parar un tren.

Ellas abrieron mucho los ojos, no por la información sino por el posible uso de la droga durante la fiesta. Antes de que nos diese tiempo a decir nada más, Anna abrió la puerta y nos avisó que era algo urgente.

Nos llevó rápidamente al salón principal, donde nos encontramos a un desquiciado Oliver. Los demás, a su alrededor, estaban intentando calmarle.

A medida que iba apareciendo más gente, más violento se ponía. Yo realmente estaba asustada con su actitud, y ni que decir de Anna. Nadie sabía donde meterse.

Pero la gota que colmó el vaso fue cuando Oliver sacó de sus prendas una pistola y nos amenazó a todos.

—Esto no es el Cluedo, ni el Among Us —sus ojos lucían rabiosos—Quiero saber donde está mi amigo. Aquí hay alguien que no se atreve a soltar prenda.

Posó la pistola en cada de nosotros, y mientras yo le intentaba decir que la bajase, Adrian apareció por detrás y le puso un pañuelo en la nariz, haciéndole quedar inconsciente.

Y así es como el novio de Anna quedó como primer sospechoso. Lo encerraron en la única habitación libre que quedaba, pero yo tampoco las tenía todas conmigo.

Después de aquel fatídico episodio, cenamos sobras del día y nos fuimos en silencio a las habitaciones, como si un de campamento se tratase.

Mientras Iria y Lauren todavía seguían procesando todo aquello, yo me decidí dar una disimulada vuelta por la casa, en busca de alguna respuesta. Me paré en la cocina a tomar un vaso de agua, y de la que volvía pillé a Adrian saliendo del cuarto prohibido.

—¿Qué hacías ahí?—le miré de arriba a abajo. Él parecía perdido y por un momento pensé que iba a desfallecer.

—Cosas de adultos—respondió con astucia, tocándose la nariz.

—¿Sabes que no es bueno drogarse, no?

—Lo dices como si lo hubieses probado alguna vez.

En ese momento, se me ocurrió una idea para ganarme su confianza y que me dijese qué tipo de sustancias manejaba.

—¿Me invitas?—le dije con una sonrisa picarona. Él se rio y vio que nadie más estuviese merodeando por allí.

—Ven—me susurró.

Llegamos a su habitación, toda en penumbra. La única luz que había era la claridad de la luna. Empezó a revolver en su mochila mientras yo rezaba que no se diese cuenta de que alguien estuvo hurgando ahí.

—Esto está bien para primerizos—sostenía en la palma de su mano dos pastillas rosa con una sonrisa. Yo acepté, simulando que me la había tragado cuando en verdad la había dejado debajo del paladar.

—Es raro—fingí mientras él acompañaba la suya con agua—¿Qué más cosas tienes por ahí?

—No vas a saber ni lo que es la mitad—suspiró con resignación—Cocaína, MDMA, droga zombi...

Yo asentía a la misma vez que notaba como el tiempo se empezaba a distorsionar. Aterrada, noté como mi saliva había deshecho inconscientemente aquella pastilla enana.

Pero en aquel momento me podía más la lujuria que otra cosa, y Adrian parecía estar en la misma situación que yo. Cuando me quise dar cuenta, ya nos estábamos tocando el uno al otro. De nuevo, sus ojos pardos me atraparon en la oscuridad.

LAGUNAS©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora