•CAPÍTULO DOS• LLUVIA

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Serena.

Cansancio.

Es lo único que siento.

Tener 19 años, ser todo para mí misma es cansado y tedioso todo el tiempo. La universidad en contaduría, el empleo de medio tiempo en un despacho y por último los viernes dedicarle tiempo a los proyectos de interiores, aunque el fin de semana suelo visitar el lugar para las personas que son ciegas.

Todo un esfuerzo para mantenerme con vida.

Agotada mentalmente me siento en una banca fuera de una empresa y miró a la nada.

Tengo un dolor terrible de cabeza atormentando mi día último de trabajo, tomó aire y meto mi mano a mi bolso, buscó mi estuche de pastillas, introduzco la pastilla a mi boca y bebo un poco de agua.

Impredecible.

Me siento terrible.

La cabeza está apunto de estallarme.

Cerré mis ojos, pero no fue suficiente en cuánto sentí una gota de agua caer sobre mi mejilla.

Me levanté comenzando a caminar.

Mi abuela que fue la única compañera fiel durante mi vida de tortura, por lo menos me enseñó a que los días nublados siempre era necesario llevar contigo una chamarra cómoda y un paraguas. Fueron métodos de supervivencia que me dio y gracias a ellos he podido salir adelante yo sola, sin ayuda de nadie.

Ahora que lo pienso la extraño, pero, en realidad regresó a su pueblo en Japón, fue justamente ahí cuando Usagi tuvo el control de todo.

Sumergida en mis pensamientos y en mis escasos recuerdos de mi infancia, mi cuerpo hizo un choqué fuerte con aquel otro cuerpo ancho, haciendo inercia para poder caer al suelo que comienza a estar mojado por la lluvia.

- ¡Auch! -chillé inquieta al sentir el dolor sobre una de mis manos.

Hace poco casi muero mutilada por un gato al que intenté ayudar, un gato curioso.

- Fíjate -oí en la parte de arriba.

- Al menos disculpate -exigí molesta, intenté buscar la cara de aquel culpable de mi accidente, pero el paraguas está haciéndole un favor, cubrirle la mitad del rostro.

- No -gruñó.

Tomé aire para no levantarme y soltarle una golpiza a este hombre, aunque de cierta manera tuve que resistirme a lloriquear como niña pequeña, este día no podía de ir bien a ser peor.

Mi paraguas se quebró al instante que caí al suelo, para mí era una de mis reliquias preferidas. No puedo exigirle aun pleno desconocido que me pague mi paraguas, ni siquiera mi mochila que pareció romperse con el tornillo de aquel pavimento.

- ¡Pefecto! -gruñí molesta, toda mi suerte se está yendo al carajo, recorrí mi mirada al hombre misterioso que aún se mantenía parado fente mí -. ¿Qué piensas secuestrarme? ¿Por qué aún no te has marchado? - pregunté recogiendo mis cosas.

No me percaté en ese momento que la silueta del mismo hombre se agachó para recoger algo ¿Fue de mis cosas?.

- ¿Cómo quiere que me vaya si usted está tapando mi paso? -me regresó la pregunta.

Me puse de pie tomando mis cosas.

- ¿Es qué acaso está ciego? No ve que hay una mujer caminando -apreté mis puños.

- No vi, y sí estoy ciego -respondió dejando ver esas gafas de sol cubrirle los ojos.

Aquel bastón no fue suficiente para aventarle chispas a mi cerebro para hacerme recordar aquellos dos primeros encuentros con él.

Mi Dulce Perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora