CAPÍTULO UNO

306 30 121
                                    

🎶  Estoy entre la espada y la pared,

Amando a los dos a la misma vez,

No sé qué es lo que quiero ni debo hacer,

Porque yo estoy viviendo un amor de tres

Estoy entre la espada y la pared,

Entre el amor de infancia y el de mujer  🎶


Nuevamente estaba de pie en aquel lugar, la fresca brisa matinal mecía las hojas que verdeaban en los árboles, el aroma a flores que inundaba el ambiente indicaba claramente que la primavera había llegado.

Ella reía libremente mientras se mecía vigorosamente en las hamacas que habían en el patio de juegos.

- Ven Joa... ven - llamaba insistentemente cuando lo divisó a lo lejos -

Aquel niño sonrió al verla, ella lucía tan hermosa con sus dos coletas rojizas ondeando a causa del viento, ese mameluco azul hacía que su blanquecina piel resaltara aún más. Corrió a su encuentro, mientras observaba como las infantiles mejillas se teñían con algo de rubor a medida que él se acercaba sin despegar su mirada de ella.

Esa sensación de plenitud que lo embargaba cuando estaba junto con ella fluía dentro de su ser, estaba a tan solo un par de pasos de distancia cuando todo cambió. Unas fuertes manos lo sujetaron impidiéndole que siguiera su camino, al tiempo que una sombra se interponía entre su muñequita y él, sí, su muñequita. Esa bonita niña de cabellos de fuego, se había robado su corazón desde el minuto uno en que la vió. Era tan vivaz, tan dulce, tan pequeña, que se asemejaba a esas hermosas princesas de los libros de cuentos que los benefactores llevaban al hogar y él solía leer.

A lo lejos los inconfundibles gritos infantiles resonaban, su llanto se mezclaba con sus súplicas de que no la dejara, que huyera con ella. 

- ¡No! ¡Joaquín! ¡nooooo! - gritaba mientras intentaba sin éxito agarrarse de la camiseta del niño - ¡No dejes que me lleven!

- ¡Muñequitaa! ¡no! - luchaba por retenerla, sin embargo, sus esfuerzos se vieron frustrados. Dos  grandes manos se posaron sobre sus hombros haciendo presión. La fuerza que lo sostenía era superior a la de él, por más que luchó no logró liberarse.

- ¡Eres un cobarde Joaquín! ¡Tú no me quieres! - gritó ella al ver que, según su mentecita infantil, él no hacía nada para impedir que los separaran - ¡Cobarde! ¡Te odio! - juró mientras unos brazos la levantaban en peso y se la llevaron cuando ella se rindió -

El sonido de puertas abriéndose y cerrándose junto con el ruido del motor de un auto encendiéndose sonó, los quejidos se fueron haciendo más lejanos. 

Tan pronto como sintió que el agarre aflojaba corrió tan rápido como pudo, corrió, corrió y corrió... Sin embargo, todo se volvió negro y él nada pudo hacer para impedirlo. Su muñequita y él habían sido separados para siempre.

El sonido de las ramas de los árboles chocando fuertemente contra los ventanales de su habitación acabó con ese suplicio. Él se removió inquieto entre las sábanas blancas que yacían enrolladas en su cuerpo, agitado y sudado, decidió liberarse de aquel embrollo de telas y partir en busca de un vaso con agua, necesitaba apagar de algún modo ese incendio que llameaba en su interior provocado por esos dolorosos recuerdos que parecían inflamarlo todo, incendio que no había conseguido apaciguar ni con el paso de los años.

Entre La Espada Y La ParedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora