3. Un golpe más, una esperanza menos

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Para sanar has de saber,

que primero hay que pensarlo y querer,

porque cuando los argumentos carecen de fundamentos,

es posible que se derrumben los cimientos.

Lunes, 3 de febrero, 2011

Bajé del coche de Gus; un atasco había conseguido que tardara más de la cuenta en llegar hasta mi posición. Si no hubiera tenido el paraguas de aquel chico posiblemente me habría conseguido una hipotermia debido a las frías gotas de agua que no dejaban de caer del cielo. Era como si el tiempo se hubiera enlazado con mis sentimientos, porque empezó a tronar en el momento en el que puse un pie dentro del sitio que comúnmente se denominaba hogar. En mi caso hacía mucho tiempo que yo no lo veía de esa forma.

Ni siquiera sabía si hoy habría algún castigo por la tardanza en llegar a casa. Sinceramente en estos momentos no me importaba en lo absoluto; seguramente él estaría tan drogado que ni siquiera podría levantar el puño para golpearme.

Había personas por toda la sala, muchas de las chicas que se paseaban con poca ropa por la estancia, me habían cubierto las veces que me había escapado de aquí.

Puse una mueca de asco cuando un hombre sentado en una mesa y con una chica en su regazo me guiñó un ojo.

No me gustaban los vejestorios.

Gus cerró la puerta al entrar detrás de mí y ambos intentamos cruzar por la barra sin ser vistos para subir al piso de arriba. No fuimos lo suficientemente rápidos por lo visto, puesto que a los dos segundos una cabellera cobriza se acercó a nosotros, meneándose de un lado al otro, acompasada con los pasos rápidos de su dueña.

Ambos, Gus y yo, suspiramos.

—Madame Blair —dije cuando la mujer estuvo parada frente a nosotros.

Ella se pasó una mano por la cara, tratando de no tocar sus labios, pintados de un rojo muy fuerte. Nos dirigió una mirada recelosa y con un gesto de su mano limpia y sin ninguna arruga nos indicó que la siguiéramos.

Gus y yo intercambiamos una mirada, ambos sabíamos que cuando madame Blair ordenaba algo, se debía cumplir al instante.

Rodeamos las mesas circulares del bar.

Una melodía con el piano se escuchaba.

Odiaba la música.

Cada vez que una de las chicas tocaba alguna canción a los clientes yo subía a mi habitación y tapaba mis oídos. Odiaba todo lo que tuviera que ver con melodías, partituras e instrumentos. Odiaba cada cosa que tuviera que ver con canciones, cantantes y bailarines. Odiaba las notas musicales, las bandas de rock, las de pop, las de jazz.

Odiaba la música.

Pero no siempre había sido así. Al igual que yo antes no era así.

Igualmente, me paré a un lado de la pianista cuando la pieza que estaba tocando se terminó, la reconocí al instante, era Charlotte, o más conocida por Charlie. Casi todas las trabajadoras de aquí tenían apodos o seudónimos. Ellas intentaban tener algo así como una doble vida. Las entendía.

—Una hermosa canción Charlie. Igual de linda que su intérprete —dije, tocando con delicadeza su hombro. Ella se giró hacia mí y me regaló una bella sonrisa agradecida. Saber que ella tan solo tenía un año más que yo me dejaba un mal sabor de boca.

Charlie no llevaba mucho tiempo trabajando aquí. Se incorporó nada más cumplir los dieciocho. Su madre padecía de una enfermedad bastante inusual y ella no tenía dinero para pagar el tratamiento. Tuvo que abandonar su sueño de ir a la universidad de Cambridge para pagar sus medicamentos. Una decisión muy valiente. Aunque también demasiado egoísta consigo misma.

Una Melodía para IslaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora