Cuatro

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La música salía atronadora por los altavoces de un Peugeot 207 muy machacado. El salpicadero estaba un poco sucio, pero se notaba que habían tratado de limpiarlo con esmero. Aun así, era obvio que el coche era tan viejo que ya era imposible desprenderse de ciertas motitas de polvo.

In a minute I'ma need a sentimental man or woman to pump me up. Feeling fussy, walkin' in my Balenci-ussy's, tryna bring out the fabulous!

Adriana, que estaba sentada en el asiento del copiloto, cantaba con Lizzo mientras fingía que tocaba un bajo eléctrico en el aire. La conductora, una mujer de no más de treinta años, sumamente delgada y algo desaliñada, movió la rueda del volumen y bajó la música.

—¡Pero no lo bajes ahora!— gritó la chica, cesando su baile repentinamente—. ¡Es la parte de Tiktok!

—Es que está altísimo.

—¡Claro! ¡Porque si no se tapa con el sonido del coche!

—Pero qué más da, si ya te la sabes... A veces me sorprende que escuches estas cosas de la radio con lo oscurilla que eres.

Adriana le lanzó una mirada terrible a la conductora.

—Eva, no sabes la gilipollez que acabas de decir. Como yo me vista no quiere decir que no me gusten el jazz o Beyoncé.

—Bueno. Perdone usted si no entiendo de las modas que tenéis ahora.

La adolescente resopló y se cruzó de brazos en su asiento, totalmente fuera de la canción.

—De lo que no entiendes es de música— masculló señalando con la mirada la guantera, donde antes había descubierto un par de discos que le habían causado horror.

Eva suspiró.

—Pues si tanto sabes tú, ¿por qué suspendías Música el año pasado?

—Porque eso no es música, Eva. Eso es una puta mierda. Y ya está.

—Di que sí... ¿Alguna palabrota más?

—Bueno, sí... Me sé unas cuantas más: joder, hijo de...

—¡Calla!

La chica se echó hacia atrás en su asiento, que había retrasado de manera que no hubiese cabido nadie detrás, y se cruzó de piernas con cara de autosuficiencia.

—Te veo tensa, Eva. ¿Por qué te ponen nerviosa las palabrostias?

—¡Adriana!— la mujer la miró achinando los ojos. Estaba muy enfadada—. Tienes que empezar a tomarte esto en serio, ¿sabes?

—¡Pero si me lo tomo en serio, Eva!

—Ya lo veo, ya...

—A veces no sé qué quieres que haga, la verdad...

La chica metió una mano en uno de los bolsillos laterales de sus Levi's desteñidos y rotos —robados— y sacó un paquete de tabaco. Se llevó un cigarrillo a la boca y lo encendió con su mechero plateado —robado también. La llama hizo que el esmalte negro de sus uñas brillase por un momento y que destacase de manera muy obvia lo desconchado que estaba.

—¿Y eso qué es?

—¿El qué?— preguntó la chica, mirándose el escote sin comprender.

—El cigarro.

—¿Qué pasa?

—¿No te dije que lo dejases?

Prometo quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora