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   Cada noche llegaba la muerte, lenta, dolorosamente, y cada mañana, Chanyeol se despertaba en su cama, sabiendo que tendría que morir de nuevo más tarde. Aquélla era su mayor maldición, y su castigo eterno.

   Se pasó la lengua por los dientes, deseando que fueran una cuchilla sobre la garganta de su enemigo. Ya había transcurrido la mayor parte del día. El tictac del reloj era un sonido venenoso, porque cada segundo era un recordatorio burlón de dolor y mortalidad. Faltaba poco menos de una hora para que el primer aguijón le atravesara el estómago, y nada que pudiera hacer o decir podía cambiar eso. La muerte iría por él.

       —Malditos dioses —murmuró. Incrementó el ritmo de los levantamientos de pesas
que estaba haciendo.

  —Canallas todos ellos —dijo una voz familiar a su espalda.

   Los movimientos de Chanyeol no se ralentizaron por la indeseada intromisión de
Yixing. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Llevaba dos horas desahogando su frustración y su iracon el saco de boxeo, en la cinta y en el banco de musculación. Las gotas de sudor le caían por el pecho y los brazos. Debería estar tan exhausto anímica como lo estaba físicamente, pero sus emociones sólo se habían hecho más oscuras, más poderosas.

     —No deberías estar aquí —dijo.

  Yixing suspiró.

—Mira, no quería interrumpir, pero ha sucedido  algo.

—Pues ocúpate de ello.

—No puedo.

—Sea lo que sea, inténtalo. Yo no me encuentro en buena forma para ayudar.

   Durante aquellas últimas semanas, hacía falta muy poco para que él se sumiera en su personalidad asesina, y nadie estaba a salvo a su alrededor. Ni siquiera sus amigos. Sobre todo, sus amigos. No quería hacerlo, pero algunas veces, no tenía poder para dominar sus impulsos de golpear y mutilar.

  —Chanyeol...
 
  —Estoy al límite, Yixing —dijo—. Haría más mal que bien.

Chanyeol conocía sus limitaciones. Las conocía desde hacía miles de años. Desde aquel  aciago día en que los dioses habían elegido a una mujer para llevar a cabo una tarea que deberían haberle encomendado a él. Pandora era fuerte, sí, la soldado más fuerte de su tiempo. Pero él era más fuerte, y más capaz. Sin embargo, lo habían considerado demasiado débil para custodiar
dimOuniak, la caja sagrada que contenía demonios tan viles y destructivos que ni siquiera podían ser confinados en el Infierno.

Chanyeol nunca habría permitido que la destruyeran.

  Ante tal afrenta, la frustración se había adueñado de él. Se había adueñado de todos
ellos, de todos los guerreros que vivían allí. Habían luchado con entrega por el rey de los dioses, habían matado con maestría y lo habían protegido. Deberían haberlos elegido como guardianes. El que no lo hubieran hecho les había ocasionado a los guerreros una
vergüenza que no podían tolerar. 

  Sólo pensaban en darles una lección a los dioses aquella noche en la que le robaron dimOuniak a Pandora y liberaron la horda de demonios en el mundo desprevenido. Qué estúpidos habían sido. El plan para mostrar su poder había fracasado, porque la caja se había perdido en la batalla, y los guerreros habían sido incapaces de capturar a uno solo de los espíritus malignos.

   Pronto había reinado la destrucción y el mundo había quedado envuelto en sombras, hasta que el rey de los dioses había intervenido: había maldecido a todos y cada uno de los guerreros y los había condenado a llevar uno de aquellos demonios dentro.

   Un castigo adecuado. Los guerreros habían desatado el mal para vengar su orgullo
herido; así pues, a partir de entonces debían contenerlo.

  Y de ese modo habían nacido los Señores del Sub-mundo.
     Chanyeol debía encerrar a Violencia. Aquel demonio se había convertido en una parte de sí mismo, como los pulmones o el corazón. El guerrero ya no podía vivir sin su demonio, y el demonio no podía funcionar sin el guerrero. Eran dos mitades de un todo.

LA NOCHE MÁS OSCURA ー P. CHANYEOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora