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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente

- Y entonces llegó el día cuando las hermanas Posada debían partir para estudiar en el extranjero. Los cuatro amigos se separarían.


Había monjas y niños despidiendo emotivamente a las dos hermanas, el general Posada abrazaba a Rosa como si jamás la volviera a ver. Carmen, por otro lado, se mantenía alejada. El enfado la había llevado a una pelea con su padre, quería de aquel reconocimiento que le estaba quitando.

Rosa se había pasado consolando a la menor, los ojitos de ambas niñas se encontraban rojos por ello.

- Adiós mis niñas, escriban pronto – Rosa se despidió besando la mejilla de su padre mientras Carmen en ningún momento lo observo – voy a estar por allá – dijo para apartarse llorando.

Carmen se acerco a Manolo y Joaquín, siendo consolada por los pequeños brazos de Manolo quien la recibió de lleno.

- Los voy a extrañar a los dos – dijo Rosa abrazando a Joaquín.

- Estaremos aquí esperando – dijo Joaquín.

- El tiempo que sea – las hermanas intercambiaron lugares para despedirse de los dos niños.

- Jamás dejes de tocar, ¿Sí? – le dijo Rosa a Manolo – y tú, jamás dejes de pelear por lo correcto – se dirigió a Joaquín.

- Esto es para ti. ¿Por qué no lo abres ahora? – dijo el pequeño guitarrista entregándole una caja.

- Un segundo. ¿Debíamos traer regalos? – pregunto Joaquín. Carmen por fin pudo reír ante aquel acto.

- Le puse Chuy. El las cuidara – dijo Manolo cuando Rosa abrió la caja encontrándose con aquel cerdito.

- Oww. Claro que me acuerdo de ti – le dijo Rosa acariciándolo.

- Se me ocurrió que necesitaban un pedazo del pueblo que les acompañara – dijo tiernamente.

- Gracias – contesto Rosa enternecida.

- Enserio, nadie me dijo que debía traer regalos.

- ¿Sujetas a Chuy por mí? – le pregunto Rosa a Carmen, quien se mantenía en silencio. El pequeño cerdito termino enterneciendo a la menor – esto es para compensar que se rompió tu guitarra – Rosa le extendió una gran caja a Manolo. El silbato del tren sonó advirtiendo a todos de la hora de partida.

- Toma – le dijo Carmen a Joaquín – me dijiste que querías tener muchas medallas – y así la menor le dio un pequeño cofre.

- ¡Todos a bordo!

Y así ambas hermanas corrieron al tren.

- ¡No me olviden! – grito Rosa con sus ojitos llorosos. El viento se llevo el gorro de Carmen como si de una pluma se tratase.

- ¡Carmen! ¡Tu gorro! – dijo Joaquín corriendo tras él.

Manolo abrió la caja encontrándose una hermosa guitarra que tenia tallada la frase "Siempre toca con el corazón". El tren comenzó a avanzar con las dos niñas abrazándose para controlar los nervios y el miedo por un nuevo viaje.

- ¡Rosa! ¡Carmen! – escucharon a Manolo - ¡Cuando vuelvan! ¡Cantare para ustedes!

- ¡Y yo luchare por ti! – grito Joaquín con el sombrero de la menor en la mano.

Esto fue suficiente como para tranquilizar los nervios de las menores.

- Pasarían años antes de que volvieran a ver a las hermanas.

Y así a como sus dos amigos, las hermanas Posada se desarrollaron en varios ámbitos. Rosa se disciplino en artes marciales, jardinería y baile, mientras Carmen prefirió esgrima, escritura y artes. Cada una con sus respectivos logros, siendo la menor quien publicaría dos libros antes de poder volver.

Las niñas se esforzaron al máximo, y en algún punto luego de unos años Carmen le escribiría a su padre para informarle todo lo que había hecho. Rosa por su parte le escribió desde que se fueron de San Ángel.

- Después de años de entrenamiento el papá de Manolo organizo su primera corrida de toros que, casualmente fue justo el día que las hermanas regresaron – narro la guía – en honor al regreso de las hermanas, el pueblo recibió la visita de su hijo más noble, que ahora era un héroe condecorado.

Por las calles del pueblo se abría paso ante dos jóvenes que caminaban de forma elegante y un cerdo que poseía un collar, representándolo como la mascota de ellas.

- Como era de esperarse todo el pueblo estaba ansioso de ver en lo que se habían convertido las hermanas Posada.


- Las joyas del pueblo han regresado – gritaron los soldados al verlas pasar, con las caras cubiertas con sus respectivos abanicos.

- Y nos van a ayudar en el orfanato – comentaron unas monjas cuando Rosa le acaricio la cabeza a un niño y Carmen se agacho para platicar con ellos.

- Y dicen que leen libros. Solo por diversión – dijeron las malas lenguas.

- Señoritas Posada – dijo al verlas sentarse.

- Hola Joaquín, me da mucho gusto verte – le saludo Rosa.

Todos celebraron cuando la mayor retiro su abanico mostrando sus lindos ojos oscuros de forma redonda, su cabellera ondulada larga tomada en una cola alta y trenzas a los laterales de su cabeza. Pero el silencio se formo a la espera de algo de la menor.

- ¿Qué tipo de saludo es ese? – pregunto Carmen cerrando su abanico, su cabello castaño estaba peinado en una corona de trenzas adornadas con flores, bonitos labios anchos adornados con un lunar debajo de ellos del lado derecho, y como cereza del pastel, unos ojos café tan intimidantes como hermosos enmarcados con unos lentes.

El carácter y la belleza volvió a encandilar al pueblo provocando otra ovación. El dios de brea abrió la boca ante las hermanas siendo atacado por la Catrina.

- ¿Qué? – pregunto.

Los mariachis dieron paso a la llegada de Manolo.

- ¡Si! ¡Ese es mi muchacho! – grito la Catrina emocionada, siendo interrumpida por Xibalba - ¿Qué?

- Una gran entrada – murmuro Carmen quien estaba sentada al lado de Joaquín.

- Y eso que no viste la mía.

- Si, todo un héroe – respondió Carmen con una pequeña sonrisa.

- Me gustaría dedicar la esta corrida a las señoritas posada – mientras Rosa gruñía y viraba levemente la cara, Carmen solo frunció un poco el seño para tapar su boca de forma galante con su abanico – bienvenidas a casa, señoritas – dijo nervioso.

- Que tierno – murmuro nuevamente Carmen sacando una libreta de su bolsillo y haciendo algunas anotaciones.

- ¡Ese toro pega duro!

- ¡Sobre todo en la cara! – gritaron los mariachis al ver al toro salir.

- ¡Venga torote, venga! – dijo Manolo para dar inicio. El joven Sánchez parecía estar bailando más que nada.

- Muy lindo – dijo Carmen moviendo rápidamente su lápiz casi sin despegar la mirada de Manolo, Joaquín solo miraba como escribía la joven, embelesada con el torero quien justo ahora le extendía una rosa a la mayor de las hermanas y escribía con los cuernos del toro su nombre.

La angustia tomo lugar en el rostro de Joaquín al ver que ambas hermanas parecían estar enamoradas de tales actos...

Luna y Estrellas // El libro de la vida // Manolo // Joaquín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora